𝑑𝑖𝑒𝑐𝑖𝑠𝑒́𝑖𝑠

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Tocaron mi puerta con suavidad. No tenía ganas de abrir, no tenía ganas de responder. Quería acurrucarme bajo las sábanas y no salir jamás. No me quedaban más lugares a los que huir, y mi cuarto era mi único punto de salvación.

—¿Cloé? —escuché su dulce voz. —Somos nosotros.

Me incorporé sorprendida. Pensé que irían a la ciudad en su día libre, pero habían venido a verme. Me levanté de la cama, con unas ojeras que casi me llegaban al suelo y los ojos llenos de legañas. Abrí la puerta para encontrarme con esos tres rostros preocupados, Shiba, Nagi y Erica.

—¿Podemos pasar?

Me hice a un lado para que pudieran entrar en lo que reunía las fuerzas para recomponerme, por muy difícil que pudiera parecer.

—Estábamos preocupados. Natsume está asistiendo mucho a clase, y tú en cambio no apareces.

Escuchar su nombre era como como avivar el fuego que me quemaba por dentro.

—No tienes muy buen aspecto. —dijo Nagi entonces. —Quizá estar lejos del bosque sea perjudicial.

—Pobrecita. —dijo ella. —Estar todo el día en la habitación no debe ser bueno. ¿No quieres que vayamos al jardín?

—Natsume nos dijo que estabas bien. —inquirió el hombre lobo. —Se ve que no sabe lo que es estar bien.

¿Eso dijo? No tenía corazón. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Mi habitación era pequeña y yo era el centro de atención, no había manera de ocultarles nada.

—¡Oh! —me abrazó Erica cuando se dio cuenta.

Los otros dos muchachos me miraban interrogantes, quizá preguntándose que era lo que habían dicho para que de repente comenzará a llorar. Afortunadamente, las palabras no eran necesarias entre la chica de los cuernos y yo.

—¿Qué te ha hecho esa momia insensible?

Shiba me evitaba la mirada, tenía la incomodidad esparcida por todo el rostro. Era tanto así, que por una vez había decidido morderse la lengua y no hacer comentarios graciosos. En cuanto a Nagi, no huía de mis ojos, aunque tampoco se atrevía a decir nada.

—Sabes que puedes contar con nosotros, ¿no? —se separó de mí y me sonrió.

Los demás hicieron lo mismo, y a decir verdad sus expresiones eran de lo más reconfortantes. Era extraño, porque les conocía desde hacía muy poco tiempo, pero parecían saber perfectamente como actuar cerca de mí. Mi malestar también parecía convertirse en el suyo, y mis preocupaciones pasaban a ser las suyas. Tenía mucha suerte de haber conocido a tres personas así, tan distintas entre sí y a la vez tan similares.

—Sois los mejores. —me saqué las lágrimas. —Es como si me conocierais de toda la vida.

Guardaron silencio, lo que me hizo pensar que había dicho algo malo. Sin embargo, pronto recobraron la alegría y trataron de animarme.

—A ti lo que te hace falta es un buen chuletón. —dijo el hombre lobo.

—¡Es vegetariana! —gritaron los otros dos, al unísono.

—No les hagas caso y vente conmigo Cloé, verás tú lo que es bueno.

—Si la última vez que comimos juntos no fuiste capaz de hacerme probar la carne, ¿qué te hace pensar que lo vas a conseguir ahora? —repliqué, un poco más animada.

—Ahí está la clave. —sonrió con autosuficiencia. —Se acabaron las palabras. Te voy a meter el filete en la boca. —se aproximó amenazador.

Empujé al hombre lobo, que se acercaba a mi dispuesto a arrastrarse hasta la cafetería. Mis manos se posaron sobre el pecho del muchacho, y a pesar de que nuestro contacto fue muy breve, fui capaz de ver algo.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora