𝑜𝑛𝑐𝑒

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Habían pasado algunos días desde que Natsume se marchó del aula sin dar explicaciones. Esperaba encontrarme con él en clase, al día siguiente, sentado junto a mí y tumbado sobre su pupitre, pero no.  El segundo día conservé las esperanzas, deseando verle arrastrar los pies por el aula, aunque fuera de mal humor y sin dirigirme la palabra. El tercer día terminé por asumir que lo que Shiba dijo era verdad, y era raro verle en clase.

Comprendí también que no podría averiguar qué era lo que había hecho mal reproduciendo escenas difusas en mi memoria. Podría tener todas las posibilidades peleándose dentro de mi cabeza sin obtener resultado alguno. Natsume me hacía enloquecer a veces, otras juraría que verdaderamente le molestaba verme la cara. La única solución era hablar con él.

Las cosas hubieran sido más sencillas si no me sintiera de la forma en la que lo hago cuando estoy con él, si mi corazón no vibrase cuando nuestros ojos se enfrentaban, o cuando me decía que le gustaba, que quería pasar tiempo conmigo. Lo había decidido, si no iba a clases hoy, tendría que buscarle por mi cuenta.

Entré en el aula rogando en silencio que estuviera sentado sobre la silla, mirando por la ventana con la mirada perdida. Ignorando a todo y a todos; excepto a mí. Desgraciadamente, no fue así. Natsume parecía quebrantar todas las normas y deseos a conciencia.

Jamás me había sentido así, quería verle, mi corazón se sacudía acongojado. Quizás fue porque nunca tuve a nadie a quién echar de menos que no había sentido un peso semejante en toda mi vida. Era injusto que no pudiera concentrarme en las lecciones, que estuviera pensando en él, que andaría haciendo, si estaría en su habitación o en la sala de música, cantando. Me entristecía pensar que lo hacía, solo y sin nadie que lo escuchara, cuando sabía perfectamente que yo me moría de ganas por escucharle.

Fue el sonido del timbre el que verdaderamente me sacó de mis pensamientos, y no el golpeteo del pie de Erica sobre el suelo o las manos de Shiba pasando por delante de mis ojos. Me levanté de repente, ansiosa por desprenderme de todo el lío que tenía en la cabeza. 

—De verdad que iré después. —le prometí a Erica, que amenazó con no dejarme salir del aula si no le respondía. —Tengo algo urgente que hacer ahora, ¿puedes ayudarme con eso?

Me acerqué a susurrarle al oído. No quería que nadie me escuchara preguntarle a Erica por el número de habitación de Natsume. Le agradecí cuando me lo dijo, aunque lo cierto es que no esperaba que lo supiera. De cierta manera, no pude evitar preguntarme si alguna vez había estado en su cuarto.

Avancé por el pasillo concentrada en mis cosas, y esas eran planificar lo que le iba a decir a Natsume cuando le viera. Se me había formado un nudo en el estómago difícil de deshacer, no quería estropearlo balbuceando cosas sin sentido.

Cuando llevé la vista al frente fue demasiado tarde, no pude evitar la colisión. Había sido culpa mía, sin embargo, no esperaba encontrarme con una mirada tan severa, tan arrogante y altiva.

—¿Qué piensas hacer para compensarme? Espero que esa pequeña cabecita tuya no crea que unas disculpas son suficientes.

Como fuera, no tenía tiempo que perder. El chico se peinó unos mechones de cabello rubio hacia atrás con una sonrisa de superioridad que no tenía mayor efecto en mí. Sus colmillos lucían feroces, como sus ojos, y tampoco me asustaban. Ese despotismo suyo era inútil. Incluso acompañado de esa expresión gallarda, con esa actitud prepotente y engreída pretendía hacerme sentir culpable, o quizás algo más. El caso era que no me provocaban absolutamente nada, tanto mi mente como mi corazón estaban vacíos. Me parecía extraño, pues, si llegase a ser Natsume, estaba segura de que no habría podido aguantar la presión de su soberbia. 

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora