𝑑𝑖𝑒𝑐𝑖𝑜𝑐𝘩𝑜

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Contemplaba el vestido que me habían regalado con una sonrisa imborrable en los labios. Sin duda el hombre lobo tenía razón, y era símbolo de un recuerdo que jamás iba a olvidar. Ni en esta vida ni en las siguientes, si es que volvía a reencarnar.

Después del día de ayer, a Shiba se le ocurrió la idea de divertirnos, aunque fuera dentro de los límites del campus. Era nuestro último día libre hasta que comenzará la siguiente semana de clases, y no quería echarlo a perder. No obstante, seguía aterrorizada. Nagi tenía razón, y no tenía el control, por lo que me negué amablemente. Eso si, el hombre lobo no se rindió con tanta facilidad, y finalmente consiguió que accediera a comer juntos.

Caminé por los intercambiables pasillos de la escuela en dirección a la cafetería. había puesto el hermoso vestido que me regalaron entre todos, y supe que había sido la decisión correcta cuando me los encontré en la mesa. Parecían muy contentos de verme con él, y me alegré de haberlo estrenado. Al principio no quería comer con ellos, pero conforme hablaban y se reían, terminé por no arrepentirme. Me lo pasaba bien con esos tres, de alguna forma sentía que era gracias a ellos que mis días comenzaban a tener sentido. Era gracias a su amistad que tenía ganas de regresar a clase, a pesar de que podría encontrarme con él allí.

—Si te pido que me regales tu postre, ¿lo harás?

—Glotón. —farfulló Erica.

—Por favor, Cloé. Me peleé con Erica la semana pasada y estoy castigado sin postre. ¡Sin postre! —elevó las manos, hacia el cielo. —Cloé, eres mi salvación, te lo suplico...

Los ojos de Shiba eran implacables, por lo menos sólo los usaba para convencerme a hacer cosas buenas, como esta.

—En serio, me da tanta pena que no puedas comer carne.

—Nunca he comido carne, Shiba. No te preocupes por mí.

—Tu obsesión por el tocino no tiene que convertirse en la suya. —declaró la chica de los cuernos. —En cambio, podrías comer algo más de verdura, ¿no?

—Imposible, totalmente imposible. —negó categóricamente. —Ni muerto de hambre.

—Creo que nada es imposible. —le contesté.

—Estoy de acuerdo. —me secundó Nagi, que me miraba con el rabillo del ojo.

Después de todo, era el ejemplo de lo imposible. Una superviviente de la raza más poderosa y desaparecida.

—En este caso, os digo que lo es. —mordió su filetón. —Completamente.

Los tres arrugamos la nariz. Shiba comía como un animal, aunque de cierto modo lo fuera.

—¡Usa los cubiertos por lo menos! —vociferó la muchacha demonio. —Cerdo, eso eres.

—Lo siento, me entusiasmé... —sus mejillas se tornaron rosadas, delatando que estaba muy avergonzado. —Esta muy bueno, sabéis...

—Anda, toma. —le ofrecí una servilleta para que pudiera limpiarse las comisuras de los labios. —Eres como un cachorrito, Shiba. O quizá una cría de ciervo. En mi bosque había muchos, y comían casi con tanta emoción como tú.

El siseó de Nagi fue lo único que me alertó de haber metido la pata.

—No vuelvas a decir nada parecido. —dictaminó, con el ceño fruncido. —No quiero enfadarme contigo, Cloé.

—Vamos, Shiba. —Nagi posó su mano en el hombro del hombre lobo. —Ni siquiera entiende qué es lo que ha hecho mal, no te enfades.

El muchacho resopló, pero finalmente terminó por entender lo que el hombre invisible le decía. Yo, por mi parte, comprendí que no debía comparar a un hombre lobo con un cachorrito nunca más. Cuestión de orgullo, eso era lo que Erica me susurró al oído.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora