𝑡𝑟𝑒𝑐𝑒

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Apreté los labios en un puchero que no parecía tener efecto sobre Natsume. De hecho, nada hacía mella en él, y eso me molestaba. No encontraría la forma de convencerle para que me dejara levantarme de la cama.

Nunca hacía caso a nadie, pero está vez había decidido seguir las instrucciones del doctor Robin, que prefería tenerme en observación mientras aquel incidente fuera reciente. Claro, que lo que Natsume no sabía era que en realidad lo hacía para poder investigar acerca de ello, y no porque le preocupara mi estado. Aunque, después de todo, estoy teóricamente como un roble.

Me dejó unos cuantos libros en la mesilla y me miró autoritario. Casi podría leer lo que pensaba pero no decía, «no se te ocurra moverte de aquí». Le lancé una mirada de súplica al doctor, que prefirió escaquearse descaradamente. Suspiré, viéndome en un callejón sin salida. Sentí su mano sobre mi cabeza, acariciándola con delicadeza. Pensé que su gesto de ternura terminaba ahí, pero me equivoque. Se inclinó cuando el doctor Robin no miraba y depositó un beso en mi frente.

Se fue antes de que pudiera alegar algo en contra de sus órdenes, dejándome con el corazón latiendo de felicidad. El doctor regresó con una sonrisa en los labios, como si no me hubiera dejado a la merced de Natsume.

—Cobarde. —dije entre dientes.

—Es bueno tenerte aquí. —comentó él. —Normalmente estaría sólo.

—Que extraño. —exclamé cruzada de brazos. —Pensé que usaría sus artimañas con alguna otra muchacha crédula como yo.

—Vamos, vamos. —meneó la mano para restarle importancia. —No seas así, Cloé.

Me hundí en el colchón de la camilla de la enfermería y resoplé. Sólo deseaba que el día pasará rápido para que Natsume regresara y me sacará de allí, pero no iba a ser así.

Pasaron las horas y no podía dejar de divagar. Las páginas de los libros que Natsume me había traído eran aburridas, cada palabra que leía lo era. Jamás me había pasado algo así con un libro, y no podía aguantarlo más. Estar en la enfermería por más de unas horas era una condena, y no me lo merecía.

Me incorporé decidida a marcharme. Planté los pies en el suelo y miré al frente, con el más profundo de los convencimientos.

—Ya sabía yo que no podrías estarte quieta. —dijo el muchacho, que entraba sosegado con una manzana roja en la mano.

Me senté de nuevo sobre el colchón y evité cruzar miradas con Natsume. Me había pedido que descansara, y me había pillado a punto de irme, haciendo caso omiso a sus consejos.

Dejó la manzana sobre la mesilla y le echó una mirada al doctor, que no nos quitaba el ojo de encima. El detalle de haberme traído la fruta, de que hubiera recordado que me encantaba me inundaba el corazón de calor, un calor agradable.

Como si los ojos de Natsume fueran los más aterradores del mundo, la momia esbozó una sonrisa que parecía de plástico.

—Me temo que tengo que dejaros. —dijo entonces. —Tengo que cerrar con llave, estáis avisados. —Natsume se encogió de hombros, como si no le importase.

Puse los pies en el suelo dispuesta a sacar a Natsume de la enfermería, sabiendo que no la abandonaría por iniciativa propia.

—Natsume tiene que asistir a clase. —me dirigí al doctor. —No puede quedarse aquí conmigo.

—Yo creo que eso no lo decidimos nosotros. —continuaba sonriendo. —¿Verdad, Natsume?

No entendía cómo era posible que no le importase. Me sentía mal por ser la razón que le ataba.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora