𝑠𝑖𝑒𝑡𝑒

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Caminé por la sala de música hasta el enorme piano. Su acabado negro brillante estaba tan cuidado como cada cuerda o tecla del instrumento. Natsume había asegurado que era un viejo salón en desuso, pero a mi no me lo parecía.

No sabía tocarlo y aún así sentí la necesidad de hacerlo. Pulsé las teclas con las yemas de los dedos y me emocioné al escuchar el precioso sonido que emitía en instrumento.

Desvié la mirada hasta Natsume, que caminaba con los brazos cruzados sobre el pecho, con una expresión de irritación. Le devolví la vista al piano y continué presionando aleatoriamente las teclas para hacer vibrar las cuerdas.

La melodía era tan hermosa, hacía que cada centímetro de mí cuerpo vibrase incluso más que las cuerdas del piano. Más allá de los acordes, sentía algo en lo más profundo del pecho, una calidez comparable a la que sentía cuando escuchaba hablar a la abuela. ¿Era cariño? ¿Sentía cariño por la música? En el templo no había instrumentos, jamás había oído la música.

—Para. —pidió la momia, llevándose las manos a la cabeza. —¡Sólo estas pulsando las teclas! ¡No sabes hacerlo!

Se acercó al piano enfurecido y cerró la tapa, aún si podía pillarme los dedos. Afortunadamente, los retiré antes de que pudiera hacerlo.

—Ya, perdona por ser la primera vez que toco un instrumento. —añadí, herida. —¿Sabes? Para tu información, en el lugar de donde vengo la única música que escuchaba era el cantar de los pájaros.

—Entonces no toques un piano si no sabes hacerlo. —sonrió con cinismo.

Era muy frío e insensible. No le importaba nada que estuviera más allá de su nariz.

—De hablar así entiendo que tú si sabes.

—Y eso es algo que no es de tu incumbencia.

Levanté la cabeza, quería tenerla bien alta antes de sentarme frente al piano y levantar la tapa burlona. Sus canicas azules me lanzaban miradas furtivas, mi gesto desafiante no parecía haberle sentado bien, trataba de sonreír porque no podía hacer otra cosa, pero su mandíbula llevaba siglos tensa y sus puños cerrados como ostras, esos eran detalles que no podía disimular tan fácilmente.

—Lo que suena me parece hermoso. —confesé, su expresión se suavizó. —A ti te parece un horror y a mi una belleza. Para ti pulsar estas teclas podría ser lo habitual, para mi es impensable.

—Te enseñaré lo que es hermoso, Cloé. —ofreció amablemente.

Y lo hizo tan de repente que me dejó ojiplática. Se acercó a mí sin previo aviso, me obligó a hacerme a un lado para sentarse a mi lado. Estábamos tan juntos que me transmitía su calor. Era la primera vez que me tocaba, la primera vez que decía mi nombre, también la primera vez que se disponía a hacer algo para complacerme. ¿Por qué?

Colocó las manos sobre las teclas del piano y miro al frente, concentrado. Comenzó a mover las manos con destreza. Una hermosa melodía envolvió el ambiente mientras sus manos continuaban deslizándose sobre el instrumento con virtuosismo.

Por un momento me quedé absorta, contemplando como tocaba sin parar, a una velocidad pasmosa. Escuchando esa melodía que parecía encantar. Su composición era todo un sortilegio.

No pude evitar buscarle con la mirada. De perfil, con la vista fija en el instrumento, concentrado y sosegado. De pronto la música paró, y mis ojos se sumergieron en los suyos, viendo más allá de sus vendas. Su perfil fino, su tez blanca y perfecta, la diligencia de sus ojos y sus comisuras extendidas en una hermosa sonrisa me tenían atrapada. Deseaba con todas mis fuerzas que no fuera una farsa, que de verdad ese gesto fuera genuino.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora