Capítulo X

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Hugo abre sus ojos con lentitud, habituando su vista a la luz que se cuela por la ventana. Hacía mucho que no dormía bien, pero hoy por fin se siente descansado. Y el motivo no es otro que la chica que duerme plácidamente a su lado.

Anaju está tumbada de lado, hacia él. Respira con calma. Su expresión está relajada y sus labios entreabiertos. Con tan solo esa imagen, el cuerpo del rubio siente una paz absoluta.

Sin poder resistirse, Hugo se incorpora un poco y clava su codo en la almohada para tener una mejor perspectiva. Se siente como un niño cuando nota el ardor en el pecho únicamente con mirarla.

Su mano derecha se acerca a Anaju con delicadeza para iniciar un recorrido por su rostro. Acaricia su mentón y sus pómulos. Sin romper el contacto, desliza sus dedos hasta las cejas. A Hugo siempre le han atraído las cejas marcadas, y las de la turolense derrochan personalidad. Una personalidad que se acentúa con esa peca que a él tanto le gusta.

De repente, la chica se remueve en su sitio antes de empezar a parpadear. Hugo aleja su mano rápidamente, como si hubiese cometido un delito. Por un segundo se plantea hacerse el dormido, pero la voz de Anaju interrumpe sus ideas.

– Hola –saluda adormilada al mismo tiempo que abraza al chico que tiene a su lado–. ¿Qué hacías?

– Nada –responde rápidamente. Ella le mira de forma sospechosa.

– Hugo Cobo, no me digas que estabas mirándome mientras dormía.

Él muerde su labio inferior y niega con la cabeza, pero una sonrisa delatora se le escapa. Ella ríe al notar su apuro y se acerca para depositar un beso en su cuello antes de volver a hablar.

– Me gusta que me mires.

– A mí me gustas tú –replica él.

Ella sonríe, satisfecha con la respuesta. Estira su brazo para alcanzar su teléfono. No puede evitar sorprenderse cuando ve que todavía quedan veinte minutos hasta que suene la alarma.

– Es pronto –dice ella–. ¿Por qué estabas despierto?

– Gracias a tu compañía, he dormido toda la noche del tirón –explica–. Supongo que mi cuerpo no está acostumbrado a dormir tanto.

Pasan los siguientes veinte minutos acariciándose sobre el colchón. Sus piernas están enredadas bajo las sábanas, pero no es comparable con el enredo que Hugo siente en su corazón.

Durante el desayuno, la resaca emocional todavía está presente. Nadie ríe y todos tienen gestos de cariño con Maialen, que tiene mejor cara pero continúa triste.

A media mañana, Hugo ve a la navarra en la terraza y, al ver su cara, cree que es un buen momento para intentar distraerla. Se sienta a su lado y le ofrece un cigarro que ella no duda en aceptar.

– ¿Qué tal lo llevas? –le pregunta.

– No lo sé, Huguiti –responde Maialen antes de soltar un suspiro–. Ayer no podía dejar de llorar, pero ahora me siento vacía sin él.

Él aprieta su rodilla en señal de apoyo y da una larga calada antes de retomar la conversación.

– Ya solo quedan tres semanas –la anima–. Pasarán volando y en nada volverás a verle.

POLARIS {Anahug}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora