Capítulo XIII

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El sábado por la noche, el ambiente cambia. Se vuelve más espeso y asfixiante. Anaju siente que el tiempo se le escapa entre los dedos mientras el agua recorre su cuerpo. Intenta relajarse y que sus pensamientos negativos desaparezcan con el agua caliente, pero no lo consigue. Sabe que probablemente sea su última noche en la academia y, aunque es consciente de todo lo que le espera fuera, no puede evitar entristecerse al darse cuenta de que esa noche seguramente es una despedida.

Cuando sale de la ducha y envuelve su desnudez en una toalla, una cabellera rubia se asoma por la puerta.

– ¡Hola, cariño! –exclama Samantha con una sonrisa maliciosa en su rostro–. Tengo que asegurarme de que no llegues a la cocina.

– ¿Qué? –interroga la castaña con curiosidad–. ¿Por qué? ¿Habéis provocado un incendio mientras estaba en la ducha?

La valenciana niega con la cabeza con diversión.

– No, pero puede que el que anda por ahí sí lo haga –dice–. Tienes que arreglarte y luego te vendaré los ojos para darte una sorpresa.

Anaju abre la boca para volver a hablar, pero Samantha adivina sus intenciones y se adelanta.

– Son órdenes de arriba, no estoy autorizada para dar más información –habla imitando la postura de un soldado–. Y no tenemos toda la noche, cariño, así que ponte las pilas.

Bajo la traviesa mirada de la valenciana, Anaju recorre el pasillo hasta el vestuario. Se decide por el mono azul, ya que es lo único que tiene más elegante. No sabe si debe darse tanta prisa, pero no quiere hacer esperar a nadie. Se cepilla el cabello para alisarlo y se maquilla ligeramente.

– ¿Lista? –pregunta la rubia al ver como la turolense se mira en el espejo unos segundos.

Anaju asiente, y es entonces cuando Samantha se pone en pie y se acerca con un pañuelo para cubrir sus ojos. Cogiéndola de la mano, su compañera la guía despacio por la academia. La castaña presume de buena orientación, así que reconoce por dónde la está llevando. Cuando entran en la sala de ensayo, la mano de la rubia la abandona y escucha unos murmullos que no logra descifrar.

Segundos después, una mano se coloca en su espalda mientras la otra se entrelaza con la suya. No duda de quien se trata, pero, si lo hiciese, la electricidad que recorre su cuerpo el momento en el que se tocan sería la confirmación. Hugo la guía hasta la grada y, con cuidado, la ayuda a subir cada uno de los escalones. Finalmente, cuando ha logrado colocarla frente al box del piano, el chico aparta el pañuelo de los ojos de la castaña.

Anaju parpadea varias veces para comprender la escena ante la que se encuentra. Hugo ha movido hasta allí la mesa de la clase de Iván y ha colocado una silla a cada lado. Sobre la superficie descansan dos zumos de naranja y dos cuencos repletos de palomitas. La chica echa a reír y se gira para ver a su compañero, que la analiza con los ojos nácar más brillantes que ella ha visto jamás.

– Creo que este se va a ser mi menú favorito a partir de ahora –declara la chica, arrancándole una carcajada al cordobés.

– Vamos –dice Hugo invitándola a sentarse–. Hacer palomitas no es tan fácil como parece. ¿Para qué le ponen tantos botones a un microondas?

Anaju ríe ante su comentario antes de dar un sorbo a su zumo.

– ¿Se puede saber de dónde has sacado las palomitas?

POLARIS {Anahug}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora