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–¿Qué hacemos aquí?

Su estridente voz hizo que casi le pegara por la impresión.

–Tsss. Cállate. Nos van a ver.

Wooyoung puso los ojos en blanco y se dejó caer en el suelo, cansado de estar en cuclillas.

El panorama era bastante curioso. Dos chavales vestidos de negro agachados y pegados a la pared de una casa mientras trataban de mirar al interior.

Horas antes me había cambiado de ropa para no llamar la atención y había conducido a las afueras en dirección a mi destino. Wooyoung no se opuso y no preguntó. Yo empecé a pensar cómo un chico tan joven no tenía algo mejor que hacer.

–¿Vamos a entrar? ¿Quién vive aquí?

Se asomó casi de lleno al patio de la casa y yo le agarré de la capucha y le empujé hacia atrás, de forma que se cayó encima de mí y acabamos los dos en el suelo.

–No te vuelvas a asomar. Y no, hoy no vamos a entrar ni vamos a hacer nada.

–¿Entonces qué hacemos aquí? ¿Para qué te has cambiado de ropa?

–Para pasar desapercibido, joder.

Wooyoung ahogó una risa.

–Te has vestido de negro y ni siquiera es de noche.

–Creo que me empiezas a caer mal.

Wooyoung rio.

Me levanté del suelo despacio y él me imitó.

Las voces de las alegres personas que habitaban en la casa se oían por toda esa calle. Había mucho silencio en aquel pueblo, así que el jaleo de risas juveniles se escuchaba claramente.
Miré a mi alrededor. El rubio me miraba expectante.

–Bueno, pensándolo mejor, igual hoy sí que hacemos algo. Espérame aquí.

Le dejé con las palabras en el aire y eché a correr.
Mientras recorría la vacía carretera intenté hacer memoria. Nunca en mi vida había estado en ese pueblucho, pero había estudiado todas sus instalaciones y recorridos por Google Maps. Corrí hasta que sentí mi frente perlada de sudor, hasta que la respiración me faltó y tuve que parar y apoyar las manos en las rodillas.
Aliviado, reanudé el paso y vi a lo lejos el bazar que tenía en mente. Temía que hubiera cerrado, no sabía qué tan frecuentemente actualizaban esa información en Internet.

Sonreí como un niño de cinco años al que habían dado una piruleta cuando tuve en frente la pequeña tienda. Compré lo que necesitaba y corrí de nuevo hacia la casa, esperando que el rubio no hubiera hecho ninguna tontería en mi ausencia.

–¿Me has echado mucho de menos? –dije una vez llegué a su altura.

Él me esperaba apoyado en la blanca pared con los brazos cruzados.

–Sí.

Hurgué en la bolsa de plástico que me habían dado en la tienda y saqué un spray de color verde que le lancé. No se lo esperaba, pero tuvo buenos reflejos y lo cogió en el aire. Inspeccionó el objeto y me miró turbado.

–¿Y esto para q...?

–Tsss. Hablas demasiado alto y nos van a oír.

Cogí el otro spray y dejé la bolsa en el suelo.

–¿Te gusta dibujar? –le pregunté inocentemente mientras caminaba hacia el final de la calle.
Él empezó a seguirme.

–Sí, bueno.

–Pues hoy es tu día de suerte –paramos en el final y le señalé el coche aparcado que teníamos al lado– Puedes hacer de esto tu lienzo.

Un Mercury GTR se alzaba ante nosotros en todo su esplendor. Color plateado, limpio, lujoso, y sobre todo, carísimo.
Esbocé una sonrisa.

INCIPIENTE - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora