INCIPIENTE - woosan

23

Estaba muerto.

Su cuerpo sin vida yacía en el suelo como si nunca antes hubiese estado de pie ante nosotros. No podía moverme, no podía parpadear, no podía asimilar lo que acababa de tener lugar frente a mis ojos. Hacía escasos segundos mi ex socio y yo teníamos la sentencia grabada en nuestra piel, y ahora le había pasado factura al que sería nuestro asesino, a pesar de que no llegó a serlo.

Xiao dio un alarido, horrorizada, y se cubrió la boca con las manos. Hasta ahora había estado tratando de reanimar a su novio, a diferencia de nosotros y aquellos hombres quienes seguían estáticos.

–¡Taeyong...! –fue lo único que acertó a salir por su temblorosa boca antes de lanzarse al suelo, al lado del pelirrojo, para cogerle la mano y tocarle la cara con cautela.

–¿Estás de puta coña? –exclamó uno de los hombres– El cabrón no nos había pagado todavía. Y va y se muere. Yo me largo.

–Hemos venido para nada, se ha ahogado con una puta chuchería, yo es que me lo cuentan y no me lo creo... –dijo otro. Y así todos se encaminaron a la salida con hastío y farfullando improperios.

–¡De aquí no sale nadie! –gritó alguien. Esa nasal voz se me hizo increíblemente familiar. ¿Sería posible...?

El dueño de esa voz se hizo presente en la sala, apuntando con una pistola del mismo modelo que las de Wooyoung a la cabeza del primer hombre que se había aventurado a abrir la puerta.

Hoseok.

Tras él entraron otras dos caras que ya tenía muy vistas, y casi suspiro de alivio. Vi una posible escapatoria en cuanto vi sus uniformes, y en cuanto el alegre chico me miró y me guiñó un ojo. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos, hacía tanto tiempo que ni siquiera establecía contacto visual con mi gente, que hasta lo sentí nostálgico.

Xiao se giró alarmada hacia los nuevos integrantes de la habitación. Pude ver miedo y enfado plasmados en su cara. Sola y desarmada, de poco la serviría dejarse llevar por la ira. Los hombres, que no habían recogido sus armas de la mesa ni de las manos de Taeyong, pusieron las manos en alto y retrocedieron unos pasos.

La mirada de Hoseok bajó hasta reparar en el cuerpo tendido sin remedio. Sus ojos se abrieron con impresión.

–¿Quién le ha matado?

Inmediatamente, después de sus palabras, Junhee y Jooheon dirigieron su vista hacia el mismo lugar y se sorprendieron al igual, pero el último esbozó una sonrisa.

–Jodido San, lo conseguiste al fin –habló Jooheon.

Decidí no responder a eso. Era un tanto complicado, y a la vez imposible de creer. Me limité a remover mis atados pies. Ya se me estaban quedando dormidos.

–Desatadme, vamos –me urgía salir de allí cuanto antes.

–Ah, voy –Junhee, sin bajar la guardia, desconfiando de los grandes hombres desarmados, avanzó hacia mí. Pero no se esperaba que una descontrolada Xiao se opusiera en su camino, y agarrase su brazo para posicionarse delante de la pistola.

–¡Mátame, vamos! Ya no me queda nada. Su padre me matará, por no haber podido serle de ayuda ni evitar su muerte. ¡A todos, de hecho! ¡Os matará a todos! Tarde o temprano vais a ir cayendo como moscas... –nunca la había visto en ese estado. Siempre había visto a esa chica como a alguien fuerte, que nada podía con ella, que no la temblaban las manos ni en un secuestro. Pero al parecer habíamos dado con su punto débil.

Recordé la presencia de Wooyoung allí. No había mediado palabra en todo el tiempo. Miré de reojo y le vi en una posición cansada. Estaba sentado en la silla pacíficamente, con las piernas abiertas y las manos sobre los muslos, la cabeza gacha y una expresión impredecible, debido a que las hebras rubias le cubrían los ojos. Algo de lo que yo no era consciente rondaba por su cabeza, pero parecía tan apenado, tan triste y tan sin vida, que me daba respeto hasta el simple hecho de tocarle o mirarle. De fondo, el estúpido griterío mezclado con lágrimas de Xiao seguía abrumando a un confundido Junhee.