INCIPIENTE

1.7K 253 74
                                    

Ya no había más besos lentos y latidos rápidos. Ahora sólo había lentas horas y rápidas órdenes.

Dos días habían pasado desde que la gruesa voz de Mingi se hizo audible en los altavoces, comunicando aquello que marcó la barrera entre el antes y el después. Esas cuarenta y ocho horas fueron de las más duras que viví físicamente, ya que mi cuerpo estaba agotado y mi mente no quería ni pensar.

Si salíamos de la sala de tiro, sólo era para ir al gimnasio, y si salíamos de este, sólo era para entrar al pabellón o a boxeo. Después de que nuestro agotador horario finalizara, dormíamos hasta la mañana siguiente, donde todo volvía a comenzar. Era duro, pero era más duro ver a mis compañeros pasarlo mal. Sobre todo a uno en concreto, con el cual no había vuelto a tener contacto desde aquel día en su habitación. Ni siquiera logré establecer contacto visual, a veces pensaba que había hecho algo mal, que de verdad había pasado algo que había provocado que no quisiera saber nada de mí. Eso, o tan solo estaba cansado.

Ahora lo miraba con pistola en mano, apuntando a un muñequito de cartón. Sus ojos no estaban sobre los míos, pero los míos sí sobre los suyos. Tenía una fila de chicos detrás, impacientes porque llegase su turno y acabásemos con esto. Sacudí la cabeza ante las protestas, volví mi vista al frente y disparé, dando un poco más abajo del blanco.

-San, ¿quieres centrarte? llevas muchos años como para no acertar en esta tontería -me recriminó Minho, quien se disponía a cargar su arma, tomando mi lugar.

No respondí y salí de la sala, enfadado conmigo mismo. Abrí las pesadas puertas y me encontré con algunos chicos dispersados por el pasillo, con caras demacradas y suspiros resignados. Todos estábamos saturados. Unos más que otros.
Miré a mi derecha cuando noté un movimiento fuera de lugar. El movimiento de una melena ondeando en el aire al girar la esquina. Aquello me hizo fruncir el ceño y entrecerrar los ojos, creyendo haber visto mal.
Caminé rápido para no perder a aquella persona de pelo moreno, largo y lacio. No había ningún reclutado de pelo largo que yo supiese. Troté hasta girar por la esquina en donde había notado el movimiento. Y allí estaba andando, dándome la espalda. Una mujer.

-¡Eh! -grité, pero pareció no oírme- ¡eh!

Sin hacerme caso, continuó su caminar, y yo sólo pude andar tras ella, realmente intrigado por saber lo que hacía una chica en ese edificio. Llevaba nuestro mismo uniforme y parecía tranquila.
Por alguna razón decidí no intentar llamar más su atención, la vi tan serena que no quería molestarla más, solo quería saber su paradero.

No tardó en meterse por una puerta y desaparecer de mi vista. Abrí los ojos enormemente al ver dónde se había metido. Era una de las salas de aislamiento, donde se suponía que teníamos que estar unos cuantos más y yo, pero que después del inesperado anuncio las órdenes fueron retiradas.

Nadie más merodeaba por el pasillo. Sólo estaba yo, quieto en su mitad, mirando dudoso la puerta con la plaquita que rezaba "aislamiento". Respiré hondo y decidí seguir sus pasos, pisando fuerte la moqueta verde y abriendo la puerta con seguridad.

Lo que me encontré dentro fue extraño. La chica me miraba como si me estuviese esperando y no hubiese sido una mera coincidencia. Cerré la puerta y nos quedamos en silencio, como tontos, hasta que abrí la boca.

-¿Qué haces aquí? ¿Quién eres?

Ella me miró sin expresión. Sus ojos eran dos medias lunas de tono grisáceo, su boca era pequeña y redondeada. En su mano tenía una piruleta roja con forma de corazón.

-No estoy haciendo nada. Soy Jiwoo -respondió. Su voz era fuerte, de mujer empoderada.

-No me creo que Mingi haya reclutado a una mujer. Es la tradición.

-A mí no me ha reclutado nadie. Yo sólo estoy aquí porque tu mente es magnífica.

Se introdujo la piruleta en la boca y se acercó a mí, revisándome más de cerca.

-¿Mi mente?

-Sí. Sólo estoy viva dentro de las cuatro paredes de tu cabeza.

Negué despacio.

-Estás diciendo tonterías, eres tan real como yo.

-Dime la verdad, ¿no es la primera vez que te pasa, no?

Ignoré la pregunta y tragué saliva.

-Hay algo que te falta. Quieres algo, pero no sabes cómo conseguirlo. Por eso imaginas cosas, en señal de anhelo -siguió diciendo.

Me llevé las manos a la cabeza, como intentando que parase el mundo un segundo, sólo para dejarme respirar en paz.

-Para, por favor, vete de aquí -dije suplicante.

-No puedo irme por mis propios medios. Sólo me iré cuando tú de verdad me eches de tu cabeza. Cuando rompas las paredes de lo ficticio y lo real. Cuando consigas aquello que tanto anhelas.

-Joder -mascullé. Me di la vuelta para salir de allí, pero me detuve solo, sin saber qué hacer.

-¿Te vas? ¿Esa es tu forma de escapar de mí? -su voz se aproximaba hacia mí, acercándose a mi cuello y mis orejas. Noté su barbilla posarse en mi hombro delicadamente, y sus finas manos rodearme en un abrazo por la espalda.

Me congelé. Ni siquiera respiraba correctamente, temiendo algo que yo mismo había creado.

-Quizá realmente no intentas escapar de mí -susurró en mi oído- si no de ti.

Dejé escapar una risa que me dolió en lo más profundo de mi ser.

-¿Qué quieres que haga? -pregunté, rendido- ¿qué quieres que haga para dejar de verte, para dejar de ver cosas que no son reales?

-Comenzar a arder.

Me separé, apartándola como si fuese una lacra, y mirándola, en parte cabreado con ella. Conmigo mismo.

-¿Qué?

-Eres un niño. Un niño con una hoguera atascada en la garganta. Escúpela -lamió la piruleta- escupe todo el fuego que tienes dentro. Cuando aprendas a arder no volverás a verme.

¿Qué se suponía que significaba todo eso? La chica dio una vuelta infantil sobre sí misma y me sonrió, yendo hacia la puerta.

-Ahora baja al primer piso. Ve a la sala principal, esta es tu oportunidad de oro.

La carne interior de sus labios y su lengua se había tornado rojiza por culpa del color de la piruleta. Siguió lamiendo el dulce distraída, y empezó a tararear la melodía de "Dramarama".

-¿Mi oportunidad para qué?

-Ya te lo he dicho -puso los ojos en blanco, mirándome con desdén- para arder.

No pude decir nada más, pues abrió la puerta y salió al pasillo. Deprisa, fui tras ella, pero fue demasiado tarde. El pasillo seguía tan vacío y solitario como en un principio. Me concentré en mi respiración, y le di vueltas a sus palabras sin conseguir encontrar el significado oculto que creía que encerraban. La tal Jiwoo me había dicho que me dirigiese al primer piso, a la sala principal. ¿Para qué? Realmente no sería para nada, pues sería uno más de mis desvaríos.

Bajé las escaleras calmado. No podía vivir sin distinguir lo real de lo irreal, necesitaba encontrar una solución más coherente que "comenzar a arder". Un estruendo enorme me sobresaltó en cuanto puse un pie en la sala principal. Las puertas de entrada se habían abierto de par en par de golpe, dejando paso a unos hombres robustos y armados, con otro uniforme que para mi desgracia reconocí.

Mis compañeros se alarmaron y se cubrieron las cabezas, agachados. Otros salieron corriendo y todo el mundo comenzó a gritar, cundido el pánico. Mingi salió escopetado de una habitación en un piso superior, y se asomó por la barandilla a la sala principal con expresión de terror.

Compartí una mirada que no supe cómo clasificar con un chico de rizos rubios al otro lado de la sala. Para cuando miré al frente, las balas habían comenzado a brotar de sus fusiles y el caos había sido sembrado en su máximo esplendor.

Incipiente.

INCIPIENTE - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora