Capítulo #4

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Estoy con el puto corazón en la mano, esperando el momento indicado para estrujarlo cuando Carter pronuncie la primera sílaba.




―Diosa...


― ¡Diablos, Alex! Me has pegado un susto de muerte.



Regreso mi corazón al pecho y lo aliento a que comience a latir en su frecuencia normal, no como un caballo desbocado.



― ¿Ahora qué hice? ―pregunta un poco asombrado.


―Nada, no te preocupes ¿quién te dio mi número? ―el silencio se hace en la línea, yo espero una respuesta― ¿Alex?


―Tomé el móvil de Stephanie, quería asegurarme que estabas bien, pero ella debe estar liada con mi primo y no quería interrumpir, y...


―Ya, basta―le ordeno―. Debiste esperar, no me gusta que otras personas que no sean Stephanie, manipulen mis datos personales. Y el móvil es algo personal. Feliz noche, Alex.



Sin esperar respuesta de su parte, cuelgo. Aún con taquicardia y con las piernas como gelatina, me acuesto intentando no pensar en la situación. Pero pensar que Alex en solo dos días se ha ido acercando a mí, es algo que me preocupa y me desvelo.



Cuando despierto a la mañana siguiente, el cansancio es tangible. Me duele la espalda, la cabeza y el pecho. Pero recuerdo vagamente que soñé con tatuajes descubiertos y un italiano entregándome a Carter.



Los sueños siempre significan algo y creo que debo hacer caso a lo que manifiesta mi inconsciente.



A pesar del dolor, eso no me impide realizar mi rutina mañanera de ejercicios.



A las seis con cuarenta y cinco minutos entro a la ducha, debo acotar que la detesto porque aunque pagamos una buena pasta para tener habitación en la mejor parte de la residencia, los baños siguen siendo comunitarios. Por suerte, solo somos chicas.



Armaría un lío si un chico entrara.



A las siete con treinta, estoy lista. Llevo puesto un vestido hasta la rodilla, color celeste y de mangas cortas. Lo combino con una chaqueta gris que hace juego con mi cabello y me hago una trenza sencilla.



Al ver mi teléfono, tengo como mil mensajes de Stephanie e inmediatamente la llamo.



―Hola, ¿estás bien? ―digo a penas contesta.


― ¡Amiga! ¿Tú estás bien?―suena preocupada.


―Sí, sí. Todo bien y ¿tú?


―Ahora mejor y más tranquila―hace una pausa, como pensando lo que va a decir―Verónica, Alex va por ti. Salió hace diez minutos.


―Eso ya lo sé, tonta.


―Sí, pero no va solo. Dijo que aprovecharía el trayecto para llevar a una amiga suya. Solo espero que no se le ocurra llevarla en el asiento del frente.


―Vale, gracias por avisar.



Sé que la dejo con la palabra en la boca, pero hay algo que puede conmigo tanto como los idiotas, y es que siempre he sido cuidadosa con mis cosas, en especial con mis autos. No me importa prestarlos, pero tampoco es que abusen de la confianza. Y si Alex viene con una chica en el asiento delantero, se las verá feas.



Cojo mi mochila y mi celular. Salgo de la residencia a esperar en el frente que llegue, cosa que hace cinco minutos más tarde. Cuando para en frente de mí, veo a una chica rubia en el asiento del copiloto. La chica rubia de la cafetería.

Dulce Mentirosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora