Capítulo #9

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Gracias a mi madre tengo un trauma familiar, pero eso ha sido culpa de ella. Fue Angeleica quien nos abandonó a mi papá y a mí. De no ser por Carter, no sé qué sería de mi vida. Quizá una alcohólica sin remedio.

Yo no quiero a Angeleica, le tengo mucho rencor y odio, sin embargo, no es su muerte motivo para alegrarme. Casi no me acuerdo de ella así que tampoco me importa mucho su existencia.

Pero para Alex es diferente. Tuvo que vivir una infancia sin mamá, una que seguramente le demostraría cada día lo mucho que lo ama, aunque sea un completo idiota.

Tuvo que crecer escuchando ideas de una madre que no conoció, tuvo que crecer escuchando como sus hermanos sí pudieron disfrutar de ella.

Mi pequeño corazón, triturado por mi progenitora, por mi progenitor, por mi novio y por una de mis amigas, de repente late con dulzura, compasión, con un triste ritmo, deseando a la vez poder curar el dolor de Alex de no haber tenido a su madre.

Felicity es como una mamá para mí y mi vida sin ella sería un poco vacía.

―De verdad lo siento―mis bolsas caen al suelo y por instinto lo abrazo―, lo siento muchísimo. Ningún niño debe crecer sin una mamá.

Siento como las lágrimas se acumulan en mis ojos y me arde el pecho en un intento fallido por contenerlas.

Las bolsas de Alex también caen al suelo y me devuelve el abrazo. El latido de su corazón se acompasa al mío, esconde su cabeza en mi cuello y pronto siento sus lágrimas caer en mi piel.

―Lo siento, Diosa―hace un intento en soltarme, pero lo mantengo cerca de mí―no quiero que me tengas lástima.
―No seas idiota.

Nos quedamos así un par de minutos más, hasta que ambos desprendemos el abrazo y disimulamos para secarnos el rostro.

»He sido una desalmada contigo, Alex. Soy yo quien lo lamenta.
―No quiero que las cosas cambien entre nosotros por esto que te he revelado.
―Deberíamos comenzar de nuevo―le sugiero.
―Tienes razón, yo no debería ser tan gilipollas contigo.
―No solo conmigo, Alex―bromeo.

Alex niega con diversión y yo le sonrío. Ambos recogemos las bolsas, subimos al auto y emprendemos rumbo de nuevo al apartamento.

Al llegar, no me sorprende que estemos solos. Aprovechamos para acomodar las compras en sus respectivos estantes y al terminar, Alex se propone a hacer el almuerzo. Yo mientras tanto me doy una ducha.

Cuando ya estoy vestida con mi ropa habitual y no la de Alex, busco en línea algún lugar donde tinturarme de nuevo el cabello.

Encuentro algo a pocas cuadras de la residencia y pido una cita para mañana. He tomado la decisión de cambiarme el cabello de cenizo a rosado. Estaré loca, pero siempre he querido hacerlo.

Termino con mi arduo trabajo de belleza y el olor que llega a la habitación desde la cocina casi que me hace flotar. Bajo corriendo las escaleras a toda prisa, pero en un acto de torpeza, mis pies se enredan a medio camino, provocando una dolorosa caída.

― ¡Maldición! ―me quejo ante el golpe que reciben mi tobillo y muñeca.

Se escucha un estallido de cosas al caerse en la cocina y a los pocos minutos, Alex llega a mi lado.

― ¿Estás bien? ―me examina todo lo rápido que puede, pero el dolor no me deja pronunciar palabra.

Me sujeto con fuerza el tobillo con la mano que no está lastimada, Alex entiende mi lenguaje y me levanta en sus brazos hasta el sofá, corre a la cocina y regresa con una bolsa de hielo.

Dulce Mentirosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora