IV

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Dos días después de lo sucedido en el bar de Sebas y con mi madre intentando convencerme de que no había sido para tanto, seguía con la idea de evadirme un poco del pueblo y dedicarme hacer las cosas que más me gustaban; el dibujo y la fotografía.



Esa mañana hacía un dia perfecto de primavera. El verde de los prados estaba más llamativo que de costumbre, el rocío de la madrugada había dejado un brillo especial en los árboles y dado que necesitaba aprovechar toda aquella naturaleza que ahora me envolvía, desenpolvé mi cámara y me adentré entre la arboleda para tomar instantáneas que luego serviría para dibujar si no encontraba inspiración en lo que tenía a simple vista.

Todo tipo de bichejo me acompañaba en cada foto, desde abejas que trataban de transportar el polen con sus diminutas patitas, hasta pequeños escarabajos que rodaban entre mis pies cuando intentaba fotografiar las flores más extrañas que me encontraba por el camino.

Un silencio abismal hacía que todo aquello cobrara un sentido especial. Las hojas meciéndose y dando impulso a ese viento que restregaba mi cabello por la cara.

- Solo un poquito más... -susurré mientras me acercaba cámara en mano a inmortalizar el momento en el que dos libélulas se apareaban.

De repente y como si de una bandada se tratara y con el mismo sonido estrepitoso que forman, apareció de la nada un perro saltando entre la arboleda, haciendo que aquella pareja de libélulas levantara el vuelo escapando de allí.

- ¡Mierda! -me quejé.

Aquel can, simpático a raudales y con una vitalidad admirable, apoyó sus dos patas delanteras sobre mis muslos, requiriendo así toda mi atención.

- Oye, oye, ¿Pero tú quien eres animalejo? -le pregunté mientras acariciaba su lomo y él se dejaba caer panza arriba para pronfundizar bien mis caricias -Tienes un morro que te lo pisas, ¿sabes? -reí ante su ocurrencia.

Se trataba de un perro de una raza un tanto desconocida para mi, de color negro y con su hocico y parte del cuerpo marrón claro y de una estatura que su lomo casi llegaba a mis rodillas. Debería de ser bastante jovencito por su clara vitalidad y al parecer, por su perfecto cuidado, estaría perdido de sus dueños.

- ¿De dónde te has escapado tú? -pregunté acariciando su rojo collar e intentando descifrar el nombre de su placa identificativa.

Visualicé más allá de los árboles de donde había aparecido y nada parecía indicar que estaba acompañado, que realmente iba solo.

- ¡Bruc! -escuché al fondo. -¿Dónde estás perro loco?

El susodicho se levantó del suelo de un salto y emprendió su camino por donde había venido, desapareciendo entre los árboles.

- ¡Pero bueno! ¡Mira como te has puesto! -volví a escuchar esta vez un poco más cerca.

Decidí seguir la voz para ver de quien se trataba y asegurarme que detrás de ella se escondía la dueña de aquel perro. Y así fue; una chica de pelo moreno y rizado, sostenía una correa entre sus manos mientras intentaba atar aquel animal que se retorcía juguetón por el suelo.

- Bruc, porfavor -se quejaba aquella chica intentando atarlo.

Como si de una corriente eléctrica se tratara, aquel can dió un salto del suelo, haciendo que la correa cayese al suelo y trotando volvió a poner sus patas sobre mi enrollando su correa entre mis tobillos.

Aquella chica desconocida al ver la estampa empezó a reir, fijando sus ojos en mi como tratando de recordar si alguna vez me había visto. Tenía una mirada tan intensa y con unos ojos totalmente oscuros que no pude aguantar mirarlos más de dos segundos, apartando así la vista para centrarme en la polvareda que su perro levantaba sobre sus patas.

× Sin Saberlo ×  [Luimelia] 🌙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora