II

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Instalarnos no fue difícil, ya que habíamos convivido en esa casa años anteriores durante el verano, pero planear como iban a ser los próximos días era algo que me causaba un gran quebradero de cabeza.

En Madrid, tras mis años en el instituto, había decidido cursar un Grado Medio de imagen y sonido para adentrarme un poco en mi pasión por la fotografía, pero tras el accidente de mi padre, aquella noche de mayo, no conseguí llegar al punto de concentración que llevaba durante todo el curso, haciendo que todos mis exámenes fuesen de caída tal y como pasaban las semanas.
Todo había quedado en un segundo plano mientras aprendía a vivir a cargo de mi madre, quien se ocupaba del cuidado de mi padre, como una pequeña cadena donde todo eslabón tiene que permanecer fuerte para aguantar el peso de los demás.



No sé como ha ocurrido, ni que estaba haciendo él, solo sé que me encuentro dentro de mi coche, con mi madre conduciendo a 130km/h entre las calles de Madrid mientras grita a todo semáforo que nos detiene y que las 4 de la madrugada no es una hora prudente como para que te llamen del hospital comunicándote que están operando a tu padre de urgencia.
“Vístete, Luisi, el papá ha tenido un accidente” fueron las 8 palabras que pronunció mi madre, con tono sereno debido al shock, que salieron de su boca cuando abrió la puerta de mi habitación.



Aquella noche, mi padre había sufrido un accidente con su coche tras saltarse un semáforo en el Paseo de la Castellana. Su coche había sido golpeado de forma brusca por otro coche que circulaba en sentido contrario y dado que conducía bajo los efectos del alcohol, no pudo reaccionar cuando los faros del coche contrario lo deslumbraron tras invadir su carril. Mi padre, bebiendo al volante, era algo que nunca pensé que pasaría, hasta que te comunican en un hospital que las pruebas han dado positivas y ves como la cara de tu madre se descompone tal y como avanzan las palabras.

Aquel golpe fue duro para la familia. Fueron interminables las noches que había descubierto a mi madre llorando en la cocina hasta altas horas de la madrugada. Lágrimas que dejaba escapar cuando mi padre, tozudo, no quería reconocer que las cosas habían cambiado, que vivir con ayuda de un andador y medicarse hasta quedarse dormido a sus 52 años de edad, era algo que él mismo se había buscado cuando decidió tomarse esa última copa antes de emprender su viaje a casa. Que las crisis de ansiedad que sufría cada vez que escuchaba una ambulancia eran causadas por el trauma que sufría dado que era de los sonidos que más escuchaba desde su habitación en aquel hospital, donde permaneció 4 meses entre aquellas paredes, aprendiendo como iba a ser su nueva vida.



- ¿Puedes sujetarme el vaso un momento? -interrumpió en mis pensamientos él. -No alcanzo a dejarlo en la mesa y siento que pierdo la fuerza cuando llevo mucho rato aguantando su peso.

- Papá, ¿no has estado haciendo los ejercicios que te pautó el fisio ahora que estamos lejos de él? Te dijo que tenías que trabajar la fuerza en tus muñecas, el andador va acabar contigo.

- He trabajado 30 años cargando sacos de harina sobre mis hombros, ¿Crees que no tengo suficiente fuerza? -recriminó él con su tono de voz que había estado usando con mi madre y conmigo meses anteriores.

- ¿Cuánto hace de eso?

- Me apuesto que te puedo levantar con un solo brazo -contestó él de la manera más suave que pudo obviando mi pregunta y haciendo que una pequeña mueca se dibujara en mi cara. -Te prometo que mañana lo vuelvo a intentar, solo necesito descansar de estos días donde tu madre me ha vuelto loco.

Verdad era que la actitud de mi padre frente a su incapacidad había mejorado notablemente desde que habíamos llegado. Se le notaba más tranquilo, más sereno con nosotras y aunque a veces volvía a sacar su mal genio, rápidamente intentaba volver a dejar sus palabras al sitio.

× Sin Saberlo ×  [Luimelia] 🌙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora