Era lunes y, como cada lunes, mi madre y yo emprendíamos el camino hacia el centro de Pastrana para comprar todo aquello que nos era necesario durante la semana. Después de ordenar la compra en los armarios de la cocina, volvía a mi habitación a compadecerme de todo lo que hacía tras casi un mes sin volver a ver a Amelia.
Benigna había conseguido hacía dos meses que el pueblo volviera a programar eventos para atraer un poco de turismo a la zona y, dado que mi aportación en el ayuntamiento era bastante fundamental para aquello, me encargaba de contratar y cerrar acuerdos con grandes empresarios y promotores que se ofrecían desinteresadamente.
Se acercaban las fiestas de las castañas y, como era típico en el pueblo, grupos de amigos o familiares se reunían en sus casa o patios y entorno a una gran hoguera contaban miles de historias, algunas de miedo, mientras las castañas recogidas anteriormente se asaban a fuego lento sobre las brasas ya consumidas. Después muchos de ellos sacaban sus preciadas botellas de alcohol y se improvisaban pequeñas fiestas.
Me había propuesto que ya que era el primer año de esa festividad como habitante más de Pastrana, iba a pasar esa noche junto a mis padres y un matrimonio que recientemente había entrado en nuestras vidas como grandes amigos o, al menos, grande compañía para mi familia. Así que, con la mesa llena de comida, entre ella tortillas, embutidos y quesos típicos de la zona, habíamos decidido que ese fin de semana me encerraría entre las paredes de mi casa para disfrutar de aquella compañía.
Por lo que había leído en el grupo que seguía manteniendo con Amelia, Jesús y demás chicos del grupo, ellos habían acordado reunirse todo el fin de semana en una casa que tenía Marta en medio de la montaña. Llegarían sábado por la mañana y hasta el domingo a última hora de la tarde lo pasarían allí encerrados bebiendo, comiendo y haciendo de las suyas. Una oferta muy tentadora cuando me propusieron pasar el fin de semana con ellos, pero el hecho de volver a estar con Amelia en un mismo lugar, encerradas y con tantas horas muertas de por medio, borraba de mi cabeza cualquier idea de pasar ese fin de semana con los chicos y con ella.
Lo nuestro había terminado de una forma un tanto extraña. Ambas sabíamos que aquello que teníamos no había terminado, simplemente nos habíamos dedicado a dejarlo aparcado por el momento. Que teníamos una charla pendiente era algo que ambas sabíamos, pero yo no era capaz de enfrentarme a esa conversación con todo lo que sentía por la morena y el daño que me podían causar sus palabras si me llevaba una decepción por su parte. Así que después de aquella noche en su casa donde dejé entreabrir mis sentimientos y sin recibir lo mismo por su parte, seguíamos estando desaparecidas la una para la otra.
- He visto a tu amiga Marta en la plaza -interrumpió en mis pensamientos mi madre mientras depositaba parte de mi ropa limpia sobre mi cama. -Me ha mandado recuerdos para ti. ¿Cuánto hace que no quedas con los chicos?
Aquella pregunta me pilló de imprevisto y una pequeña punzada se hizo mella en mi interior al recordar lo bien que me lo pasaba con todo el grupo y como egoístamente me había apartado de ellos por mi historial con Amelia.
- Bueno, ya sabes que como Amelia y yo...
- Amelia y tú nada, Luisita -cortó tajantemente mi madre. -No puedes dejar de lado a las personas con las que te sientes bien por un error.
- Amelia no fue un error -balbuceé molesta mientras mi madre se detenía en la puerta antes de salir.
- El error es que hayáis terminado de esta forma. -soltó saliendo así de mi habitación.
Así era ella; directa, sabiendo que sus palabras dolían pero que te abrían en canal como dos puñales, haciendo ver que siempre tenía razón y que una vez más no actuaba como era consecuente.
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× Sin Saberlo × [Luimelia] 🌙
FanfictionTras el accidente de su padre que cambiará su vida, Luisita baraja la posibilidad de que, trasladarse de nuevo al pueblo donde tantos veranos ha pasado, tampoco es tan mala idea. ¿Quién dijo que las segundas oportunidades nunca fueron buenas?