Estaba claro que la puntualidad en este pueblo era la clave. Aún faltaban unos 15 minutos para que fuesen las 5 de la tarde y un sonriente Bruc ya tiraba de la correa de Amelia hasta hacerla llegar a la puerta de mi jardín.
Me levanté del sillón de mimbre con total normalidad, fingiendo que no estaba nerviosa, y colgué de mi espalda una pequeña mochila donde guardaba todas mis pertenencias y un bikini que me había recomendado la morena pillar.
Amelia nunca perdía su encanto. Daba igual si la encontrabas en pijama, con ropa de deporte o con el rimmel corrido a las 5 de la mañana en la puerta de una discoteca, que ella, sonreía y era la mujer más guapa del lugar donde se encontraba.
Vestida con unas cortas mallas de licra, una camiseta ancha y una sudadera atada a su cintura, esperaba sonriente la morena mientras Bruc seguía olfateando la zona.
- Un día de estos te va a tirar al suelo -inicié yo antes de salir por la puertecita del jardín.
- ¡No puedo con él! -se quejó riendo ella. -Te lo regalo.
Bruc dejó de prestarle atención a los hierbajos que se formaban cerca de mi puerta y, como si de una corriente eléctrica se tratara, saltó sobre sus patas traseras hasta quedar de pie frente a mi.
- ¡Hola! -saludé a Bruc con el típico tono de voz que usamos con los animales. - ¿Qué pasa? Ay, ay -continué acariciando su lomo. -Eres malo, eh.
- ¡Es muy malo! -rió ella conmigo.
- Pero si es un cachito de pan, Amelia -me burlé de ella volviéndome a incorporar para quedarme a su altura.
- Hola, tú -saludó ella levantando desanimada la mano. -A mi no me saludas así -bufó.
- Hola -saludé yo un tanto avergonzada depositando un beso en su mejilla. Ella sonrió ampliamente.
- Así mejor. -acarició su mejilla. -¿Cómo estás? Te he echado de menos.
Ahí, sin anestesia. Amelia no tenía pudores a la hora de mostrar sus sentimientos más puros y eso a mi me derretía por completo.
Y en cambio a mi me costaba muchísimo poderle contar todo lo que sentía al momento.
- Pues ahora muy bien. -sonreí iniciando mis pasos junto a los de ella.
Nos dirigimos hacia el bosque como era costumbre. Caminábamos con paso calmado hacia las lejanías de Pastrana.
- ¿Tienes tiempo? Me gustaría llevarte a un sitio. -se ofreció la morena.
- Sí, claro que sí. No tengo prisa.
Aquello me emocionaba como la feria emociona a una niña pequeña. Cuando Amelia me descubría sitios nuevos siempre volvía a casa cargada de energía. Sabía que era lo que me gustaba y como disfrutaba de todo aquello y, aunque a simple vista era yo la sorprendida, siempre veía un ápice de luz en su mirada cuando me veía en ese estado.
Tomamos la dirección hacia su casa y pensé que el sitio donde quería llevarme era la piscina de su jardín.
El día anterior había insistido en que hacía muy buen tiempo por las tardes, incluso mojarnos un poco no nos iba a molestar, así que obedecí ante su propuesta de llevarnos ropa de baño por si nos hacía falta.
Llegamos a los límites de los Ledesma y como era costumbre, Amelia abrió la puerta más pequeña que daba al interior de su jardín, por donde se solía acceder andando.
- ¿Vamos a tu piscina? -pregunté divertida.
Ella sonrió como respuesta y, tras darle a un pequeño botón que se escondía detrás de una pared, la puerta grande se levantó dejando paso a todo al exterior.
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× Sin Saberlo × [Luimelia] 🌙
Fiksi PenggemarTras el accidente de su padre que cambiará su vida, Luisita baraja la posibilidad de que, trasladarse de nuevo al pueblo donde tantos veranos ha pasado, tampoco es tan mala idea. ¿Quién dijo que las segundas oportunidades nunca fueron buenas?