1. Una historia que se ha perdido.

11 6 0
                                    

Siempre estaba sola, pocas veces le veías hablando con alguien. Le gustaban las historias.

Solía escribir sobre las hadas, le agradaba imaginar un mundo donde todo era diferente, donde no había una razón de ser, donde no se
buscaba la muerte.

Hubo un día en el que llegó un chico nuevo en su clase, mismo que prometía llevarse bien con todos, aquello no podía significar más que problemas. Aún así, cuando él se acercó como buen curioso por su silencio y distanciamiento, terminó siendo quizá su
único amigo luego de mucho tiempo.

Leila dio a la vida de Deigi un nuevo significado de confianza, él solía decir que era
digna de ella, quizá lo era, sin embargo por mucho que significara; sus sentimientos
agobiaban. Había algo triste en aquella chica.

Deigi siempre la acompañaba de vuelta a casa, hablar con ella llegaba a ser confuso, nunca podía seguir sus mismas líneas porque terminaban en temas aleatorios, Leila no
era capaz de sostener una conversación, la mayoría del tiempo se encontraba metida
en sus pensamientos, era difícil sacarla un poco de aquel lugar desconocido en aquella
mente, pero lo intentó lo más que pudo. No lo entendía, pero él parecía ser el único
que se alegraba de verla en las mañanas.

En las tardes Leila acostumbraba salir de casa, nunca dijo a Deigi a dónde se dirigía
siempre, pero él sabía que se perdía por ahí hasta la madrugada. Sus horas se perdían
entre recuerdos del pasado, viejos libros, un corazón tratando de ser ocultado y
lágrimas que poco a poco quedaban en el olvido. Él optaba por no preguntar nada, mucho menos cuando la veía llena de pequeños cortes en la barbilla, pálida y los ojos empañados en lágrimas, sólo atinaba a abrazarla, el problema estaba en que a su
alrededor siempre había una señal de advertencia y alarma.

Leila solía escribir sobre un mundo donde sus padres existieran, no recordaba ni
siquiera sus rostros, pero le gustaba creer que habrían sido buenos con ella, aún
cuando la realidad de su cristal era tan distinta al color de la verdad. El primer buen
recuerdo de su infancia son un par de ojos oscuros fijándose en ella una noche de
invierno mientras se encontraba en la calle, muriendo de hambre. Sabía que sus
padres estaban muertos, y aunque pudo haber sido de otra manera; no sabía si debía
entristecer o alegrarse por ello. Si hubiera podido elegir, le habría gustado haber
tenido una diferente introducción al mundo. Pensaba constantemente en la persona que la salvó aquel día, agradecía su entusiasmo
en adoptarla y el proceso que vino después de ello, fue la primera persona en el
mundo que le brindó cariño, la primera persona que la amó como a nadie. Lloraba por
haberle perdido tan pronto. Visitaba su tumba todos los días y hablaba con ella como
si aún estuviera viva. Aún podía verla sonriendo alegremente cada año, no sabían la
fecha de su cumpleaños, sin embargo aquella mujer que se convirtió en su madre
celebraba su nacimiento con gran placer y emoción...Extrañaba aquellos momentos
tan lejanos.

Leila desaparecía cada doce de febrero, Deigi no lo entendía, sin embargo con el tiempo aprendió a tampoco preguntar sobre ello, bastaba una mirada de aquella chica
para guardar silencio. Notaba en sobremanera que ella realmente no tenía a nadie más
en el mundo, pero sentía en los más profundo de su ser que su compañía no bastaba
para hacerla parecer un poco menos solitaria, los demás siempre preferían evitarla, decían que tenerla cerca era sinónimo de desgracia, Deigi fue el único dispuesto a quedarse a su lado aún cuando su conocimiento sobre Leila fuera tan limitado como el que a sus dieciséis años tenía de la historia de las matemáticas.

Había algo lúgubre en su misteriosa forma de ser, nunca logró escucharla reír, la única
reacción que recibía ante sus bromas era siempre una pequeña sonrisa, así como las
palabras más extensas que llegó a oír de ella siempre trataban de una cosa:

Sus historias.

Deigi siempre escuchaba sobre un mundo mágico, un lugar donde había árboles en
intensidad y el cielo se mantenía más vivo que nunca. Un mundo donde las personas
descansaban tranquilamente y un hada cuidaba su sueño a todo momento. Un lugar  donde no había nada de qué preocuparse, sólo era cuestión de cerrar los ojos. Un sitio
donde lo único que ella se veía a sí misma mirando una fotografía, y hablaba con ella
hasta que amanecía. Un mundo donde las personas se levantaban a media noche y
hacían lo que las personas normales hacían de día. Él escuchaba atentamente e intentaba imaginar aquel mismo lugar, le agregaba que
algo como ello lograra entusiasmar su apagada personalidad. Fueron amigos durante tres años, los últimos para ambos en el instituto.

Fue un doce de febrero cuando Deigi conoció por primera vez la casa de Leila, un día
lleno de abrumadora tristeza. Ella entregó en sus rasposas manos los pocos cuadernos
que tenía, pero tan llenos de historias que Deigi disfrutó hasta la última palabra una
vez llegó a casa. Aquel doce de febrero comprendió un poco el mundo que la
acomplejaba y arrastraba en su espalda.

Tres días después el cuerpo de una adolescente fue encontrado colgado de un árbol en el único cementerio del pueblo. Deigi leía atentamente el último cuaderno cuando por las noticias pasaron este hecho.

Fue cuando notó lo poco que la conocía, era su único amigo pero nunca notó lo que le
sucedía, su presencia no fue suficiente para salvarla, y los buenos momentos se
evaporaron tan rápido como los susurros que en ocasiones provoca el viento.

En cada una de sus historias había una chica que sufría todo el tiempo, era agredida
todos los días y siempre estaba sola en el mundo, y aunque lo intentaba; sus piernas
nunca eran lo suficientemente rápidas para huir de aquellas manos que la golpeaban y
la dejaban débil y moribunda en medio del cuarto de su casa. No se mencionaban
nombres, pero Deigi sabía con certeza quién era la protagonista.

Muchos dicen que fue un suicidio, pero él era el único que sabía la verdad.

Fue llamado dos días después de la muerte para dar información sobre lo sabía de su
amiga, pero ya no había mucho que contar de aquella historia.

El hada de sus historias no era más que el guardián de las tumbas. El mundo que
siempre describía no era más que un cementerio.

Leila estaba muerta.

Ahora ella pertenecía a su maravilloso mundo.

De la nada y la trivialidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora