3. Amigo imaginario

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Margaret tomó sus audífonos, dio play al reproductor, le subió a la música y mientras
escribía sobre las migajas de su corazón roto las lágrimas bailaban por su rostro.

-- Micky, Micky, ¿a dónde has ido?-- Susurró mientras se balanceaba un poco en su
sitio preferido del cuarto: el suelo.

-- Micky, Micky, cariño, ayúdame, estoy sola
aquí.--

Su mejor amigo siempre había estado ahí para ella. No importaba el día ni la hora, siempre ahí, junto a una enorme sombra proyectada desde su espalda, aquella también
siempre le acompañaba. Cada vez que necesitaba una mano para hacer algo, él la
ayudaba. Pero él se había ido.

Ahora se sentía demasiado solitaria.

-- Micky, Micky.-- Soltó su libreta y se levantó del suelo, caminó lentamente hacia la ventana.

Apoyó una mano sobre el cristal y observó la oscuridad, la noche estaba helada.

La música de fondo seguía consumiendo los segundos mientras ella daba media vuelta y caminaba hacia la cocina. Se acercó al refrigerador, abrió la puerta, ignoró el rostro embotellado y rebuscó en el interior hasta dar con una botella de agua. Bajó la mirada al sentir algo húmedo y pegajoso haciendo contacto con sus pies descalzos, tomó nota mental de limpiar en la mañana.

Una vez vaciada la botella de agua regresó a su cuarto, y la música seguía sonando. Tan pronto como dio el primer paso en el interior de su habitación las lágrimas
regresaron, ahí estaba la tristeza de nuevo. Aquel era el único sitio donde era
completamente libre. Nada de mala familia a su alrededor, simplemente ella y su buen
amigo. Sollozó un poco al recordar que Micky ya no estaba, sus padres le habían
llevado lejos.

-- Micky, Micky, a dónde has ido.--Susurró de nuevo entre un sollozo lastimero. Por
fortuna o desgracia, sus pensamientos cambiaron de rumbo al notar una ligera
corriente de aire que llegaba a su rostro.

La ventana se encontraba abierta.

-- Mi querida Margaret.-- Escuchó una suave y dulce voz que la transportaba a los
buenos recuerdos de su infancia, de esos donde su madre cantaba en la cocina
mientras ella y su padre jugaban...Dio media vuelta intentado seguir la voz, pero lo
único que vio fue el cuerpo de su hermano mayor tirado en el suelo con sangre siendo
esparcida a su alrededor.

Su corazón se aceleró.

-- Mi querida Margaret.-- Aquella voz
era la de su mejor amigo, ¿de dónde provenía? ¿Qué estaba sucediendo? Aquello no podía ser real.

Tiró del cable de sus audífonos al sentir que la música se transformaba en un horrible ruido. Salió a tropezones de su cuarto y chocó con algo en el suelo del pasillo. Su madre estaba allí, con un cuchillo enterrado en su espalda.

-- Margaret, aquí estoy.--

Miró entonces a Micky en el borde de la escalera.

-- No me he ido...Nunca me iré. Sólo abre los ojos.--

Tal y como él había dicho, Margaret abrió los ojos. Nada, se encontraba todo a su alrededor en una apacible calma.

Entonces Margaret, de tan sólo quince años, comenzó a reír fuertemente mientras
lloraba.

Nada, no había nada. Todo era un vacío espacio en blanco donde nada ni nadie la
acompañaba.

Un hombre la escuchaba reír y la observaba a través de una pequeña ventana, en el
pasillo, al otro lado de la puerta.

Aquel era un buen hospital psiquiátrico.

De la nada y la trivialidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora