Capítulo 1

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Las lágrimas caían como cascadas por sus mejillas, la cacerola de palomitas de maíz estaba casi vacía y las emociones a flor de piel, mientras Keily veía una película romántica donde los protagonistas no terminaron juntos por diferencias sociales.

—¡No es justo! —gritó a la pantalla sin importar que pareciera una desquiciada.

Una risita fue la causante de que girara la cabeza. Alan se recargó en la puerta, mirándola con diversión.

—¿Otra vez llorando por la misma película? —Avanzó hacia Keily y esta le tiró una palomita en broma, la esquivó y se sentó a su lado riendo.

Ella se recargó en su pecho y aspiró su aroma varonil. Le acarició el pelo mientras él la dejaba al tanto de su día.

Habían pasado seis meses desde que ellos se fueron del pueblo. Viajaron a varios lugares, incluso Alan la llevó a Italia y visitaron el barrio donde nació y creció. A Gian lo veían poco, ya que él se dirigía mucho al pueblo y Alan tenía la sospecha de que seguía metido en negocios turbios.

Alan y Keily se encontraban en una isla tropical. El lugar era tranquilo y hermoso. Él trabajaba en un pequeño bar cerca de la playa, ella pintaba cuadros simples y los vendía a los turistas. Se mantenían en contacto con Jack y los demás, de esa manera Keily se enteró que sería tía pronto de un niño, Marian estaba embarazada.

—Estás distraída, Kei. —Alan la sacó de sus pensamientos, ella suspiró y lo miró a los ojos.

—Meditaba en todo lo que ha pasado en tan poco tiempo —dijo, tocándole los labios con el dedo. Él sonrió y le dejó un beso en la nariz.

—Ya debemos regresar, preciosa. Tu padre no ha parado de preguntarme cuándo volveremos.

Ella asintió, estaba embelesada por esos ojos que la escaneaban profundamente. Era increíble que, después de tanto tiempo, Alan siguiera despertando sensaciones de esa forma. Cada día lo amaba un poco más. Juntaron sus labios en un apasionado beso.

***

Caminaba descalza y con un ligero vestido blanco por el jardín de la casa. La fuente y los árboles seguían intactos. Sus pies pisaron la grama húmeda, las manos se cerraron cuando escuchó el vuelo de las aves.

—¡Ayuda!

Oyó a lo lejos, giró la cabeza por todos lados, pero no logró ver a nadie. Corrió levantando el pasto detrás de ella y la lluvia comenzó a caer.

—¡Ayúdame, Kei! —La voz de Willy resonó en sus oídos y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

Se tocó el pecho, trataba de aliviar el dolor.

—Willy, ¿dónde estás? —sollozó y un grito ahogado salió de su garganta al momento en que vislumbró una cabellera negra a lo lejos. Trató de correr, pero sus pies no cooperaron.

—¡Willy, Willy! —vociferó y el fango la arropó.

—¡Kei, despierta! —Abrió los ojos de golpe y vio a Alan, quien estaba preocupado—. Tranquila, cariño, solo ha sido una pesadilla.

Lo abrazó fuerte, tenía miedo de que se fuera. Temblaba por el fatídico sueño que últimamente había tenido muy seguido.

***

—Es una pena que se tengan que marchar —dijo Fátima con la tristeza reflejada en sus ojos.

Ella y su esposo Pablo los habían apoyado mucho. Eran los dueños del bar en que trabajaba Alan y de la pequeña casa donde vivían. La pareja, junto a su hijo de catorce años, Fred, les dieron la mano y los trataron como si fueran sus padres.

Bucle © [Completa] (Bilogía Inercia: Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora