Nuera.

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Rafaela Reche usó su llave para casos de emergencia con toda la tranquilidad con la que siempre lo hacía, esa llave nunca había sido usada exclusivamente en casos de emergencia, por lo que tampoco esperaba encontrarse nada fuera de lo normal un sábado por la mañana en casa de la mayor de sus hijas.

Entró hasta la cocina sin hacer ruido, pues el completo silencio con el que se encontró fue un indicativo muy claro de que las chicas seguían durmiendo.

Miró el reloj de su muñeca comprobando que no eran más de las diez y media. Esta niña como desaprovecha los findes de semana.

Se retiró el chaquetón y la mullida bufanda que la protegían del frío de la calle, los dejó sobre el perchero y comenzó a sacar y colocar los numerosos tuppers que solía preparar para su hija y su nieta, no por petición de Alba que siempre le repetía a su madre que no hacía falta que le diera tanta comida. Pero Rafaela simplemente era una fiel creyente de que una hija necesitaba alimentarse de la comida de su madre al menos alguna vez al mes y dado que Alba no era muy asidua de ir a ver a su madre tanto como a la Rafi le gustaría, también le servía como excusa para poder visitarlas un mínimo de dos veces al mes; el día que dejaba los tuppers y el día que se los llevaba de vuelta a su casa vacíos.

En ello estaba cuando escucho unos tímidos y minúsculos pasos acercándose a la cocina, se giró preparada para encontrarse con su nieta medio adormilada, sorpresa la suya cuando se encontró un chiquillo de la edad de Olivia con los cabellos castaños rizados y unos ojos verdes aún medio cerrados por el sueño.

-Hola- se agachó para no intimidar al pequeño que la miraba con algo de desconfianza- soy la yaya de Oli ¿y tú?

-Soy Álvaro... su manito- susurró tan bajo que la Rafi no alcanzó a oír lo último.

Justo cuando iba a pedir que repitiera sus últimas palabras, un pequeño torbellino con los pelos revueltos apareció por la puerta de la cocina.

-Álvaro ¿por qué tardas tan- se cortó de golpe al encontrarse con su yaya favorita- ¡Yaya Rafi!

Se tapó la boca en cuanto se dio cuenta del tono ligeramente alto que había utilizado al hablar, consiguiendo sacar una amplia sonrisa  en la adulta que esperó el pequeño cuerpo de su nieta con los brazos abiertos.

-¿Cómo esta mi niña?- preguntó achuchándola como sólo los abuelos saben hacerlo, vosotrxs ya me entendéis- A ver que te vea- la separó mínimamente para observarla al completo- estás más pequeñita, te vas a quedar como tu madre si no comes- bromeó consiguiendo picar a la pequeña.

-Nooo, porque yo como mucho y bien, voy a ser tan alta como la tita mini- hizo fuerza con sus pequeños bracitos- o más, mira yaya que fuerte estoy.

-Nada, nada, sigues siendo un moco pequeñajo- apretó sus costados causándole cosquillas.

-Nooo ¡Yaya para!- se revolvió entre risas.

-¿Ese chiquillo es tu novio?- le preguntó al oído para seguir chinchando un poco más a la pequeña.

-Noooo, es mi manito yaya- le dijo con el ceño fruncido.

-Ah bueno- aceptó pensando que era simplemente un mote cariñoso entre los críos.- ¿Por qué no vas a despertar a tu madre y desayunamos todos?

-Vaaale, vamos Álvaro- lo agarró de la manita y ambos corrieron en dirección al cuarto de Alba.

Entraron chillando a la habitación donde los cuerpos de ambas mujeres dormían plácidamente abrazados entre sí como dos nutrias.

ABC  |  AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora