1. Hago la broma del siglo y vomito

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—Casette 1, cara A—

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—Casette 1, cara A—

¡Hola, mi sensualón escuchante!

Bien, antes de continuar quiero comentar que las grabaciones que tengo sobre nuestra Edad de Oro son pocas, probablemente dos casettes, o incluso menos.

Porque no hay mucho que contar.

Bueno, tonterías aparte, ¡para arriba, para el centro y para dentro!

Bueno, tonterías aparte, ¡para arriba, para el centro y para dentro!

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Antes de narrar nada, voy a especificar que aquí tenía quince.

Bien, ahora sí.

Habían pasado ya dos años de la coronación de los reyes de Narnia y todo iba viento en popa. Todos los narnianos adoraban a los Pevensie y estos amaban a sus súbditos.

Y la paz reinaba.

Bueno, no tanto.

—¡ELETTRA KATHERINE JAVAID DE PEVENSIE, VEN AQUÍ EN ESTE MOMENTO!—se escuchó en el otro extremo del castillo.

Detuvimos la pelea. Miré a Edmund con una mirada interrogativa, preguntándole silenciosamente qué demonios quería su hermana mayor. Con un leve sonrojo, el chico se encogió de hombros.

—¿Desde cuándo me llamo Katherine?—le cuestioné a Ed dejando la espada en manos de un centauro.

Este se la colocó en el cinto (porque era suya) y caminé junto a mi chico hacia el lugar que estuviera Susan. 

—No lo sé—respondió Ed. Doblamos a la izquierda en el jardín para llegar a un atajo—. No sabía siquiera que tuvieras segundo nombre.

Nos paramos frente  a una pared tapada con enredaderas. Estiré la mano para apartarlas y le hice un ademán a Ed para que fuera delante. Entró y le seguí yo. Detrás de las enredaderas se encontraba un largo pasillo, que, desde mi perspectiva era un poco estrecho, y en las paredes brillaban  antorchas encendidas. El musgo crecía poco a poco por el suelo y por las paredes. Comenzamos a andar.

—Ni siquiera tengo segundo nombre—dije sonriendo.

Agarré la mano de Edmund y él entrelazó nuestros dedos, como estábamos acostumbrados a hacer.

HONEY, edmund pevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora