HONEY, edmund pevensie

2. No quiero ser el almuerzo de un oso

—Casette 1, cara B—

¡Hola otra vez! Aquí Elettra junto a Lucy (en realidad, nosotras somos las únicas que estamos aquí, y a saber dónde está el resto).

A lo mejor, esta cara del casette no es tan larga como el resto, pero prometo que está intenso.

Y, te voy a decir un consejo que no tiene nada que ver con la historia: la autoestima hasta el cielo y el perreo hasta el suelo.

¡Hasta el infinito y más allá!

Edmund regresó su mirada al enano, el cual casi había hecho volar su espada. Se agachó al ver que su enemigo tenía la intención de atacarle en el área del cuello (más o menos), y, por eso, recibió un golpe en la nariz con el mango de la espada.

—¡Edmund!—exclamó preocupada Lucy.

—No te preocupes, Lu—intenté tranquilizarla, aunque el consejo me lo decía más bien a mí.

—Oh, ¿estáis bien?—el... adefesio ese preguntó con afán de burlarse de aquel tropiezo de mi esposo.

Ay, ay, ay.

El de barba tupida pretendió hacerle un tajo en el pecho, pero Ed lo esquivó con sorprendente facilidad (aunque no debería sorprenderme, pues él fue el espadachín más habilidoso de nuestra época. Uy, ¿soy yo o sueno como una vieja?), y le dio al enano un golpe en el trasero, y por ello, Lucy y Lyss rieron a la vez. 

Edmund volvió a echarme una miradita, y regresó su vista en el momento en el cual el enano volvía a levantar su arma. Con diversas maniobras de esquive, un salto, y otra maniobra de desarme, el pelinegro colocó su espada en el cuello del desarmado, ganando así la victoria.

—Ese es mi hombre—susurré con orgullo.

—Barbas y bigotes—se sorprendió y nos miró brevemente—. Puede que el cuerno haya funcionado.

Oh, sí, ya recuerdo. El profesor de Caspian tenía el cuerno, se lo dio al príncipe, y este lo utilizó, devolviéndonos aquí. 

Amigo, ya lo recuerdo.