Part II. Cracks In Our Foundations

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“Mis dedos se aferran a las grietas de nuestros cimientos y sé que debería dejarlo ir pero no puedo; y cada vez que peleamos, sé que no está bien, cada vez que te alteras y yo sonrío, sé que debería olvidarlo, mas no puedo.”

 

Tres años después.

 

Ellington puso los ojos en blanco, una vez más, Ed no había doblado la ropa, tan sólo la puso en el diván que había en su habitación; parecía que el hombre amanecía cada día más distraído y olvidadizo.

Trató de respirar y no darle mucha importancia al asunto, porque sabía que si lo hacía iba a terminar en una pelea y no tenía ánimos para comenzar así su día.

Se dirigió al comedor que estaba hecho un desastre con todos los ingredientes que su esposo había sacado del refrigerador para prepararse un sencillo sándwich.

—¡ED! ¿Por qué no recogiste lo que dejaste en el desayunador? —Alzó la voz un poco molesta e intentando que la escuchara, donde fuera que estuviera.

—¡Ya voy! Estoy buscando mi corbata, hoy tendremos una visita importante, ¿sabes dónde están? —El pelirrojo se asomó por la entrada de la cocina.

—De las dos que tienes, no sé donde está ninguna —Contestó ella mientras limpiaba el desastre.

—Pero tú las habías guardado —Ella sabía muy bien eso, lo que no sabía era dónde, he ahí uno de sus defectos.

—Sí, pero no sé dónde están —Admitió intentando hacer memoria.

—Como siempre —Se quejó en voz baja Ed, lo cual fue la gota que derramó el vaso.

O la chispa que inició el incendio.

—Discúlpame ¿sí?

—Es que siempre es lo mismo, Ellington, guardas tan bien las cosas que olvidas dónde las pusiste.

—Al menos guardo las cosas, no las aviento en el primer lugar que veo.

—No intentes darle vuelta al asunto y ponerlo contra mí —Contraatacó él sientiendo todo el estrés del trabajo y de casa acumulándose en todo su cuerpo.

La castaña se limitó a darle la espalda y buscar su ácido de batería, apodo que ella le daba al café.

—Por cierto te hice un sándwich —Él comentó de mala gana y se dirigió a buscar alguna de las dos corbatas.

Ellington se sentó en el desayunador y tranquilamente comenzó a beber su café, mientras observaba el jardín de su casa. Había una ventana que se extendía a lo largo de una de las paredes de la cocina y permitía la vista al sencillo pero hermoso jardín lateral de su hogar.

Aquella casa era tan especial para la pareja, antes de casarse, mientras daban una caminata cerca de la casa de Ellington, la descubrieron, estaba en venta y parecía una casa sacada de película, era hermosa, una acogedora sala, una cocina grande, el jardín lateral y un baño, la gran ventana de la cocina hacía que la luz del sol siempre estuviera presente en aquel hogar; en la segunda planta había tres cuartos, dos de éstos eran aceptables como dormitorios, el tercero era muy pequeño y servía meramente de almacén.

Previo a su compromiso, Ellington procuraba pasar por la casa y se alegraba cada vez que veía el letrero, nadie parecía estar interesado.

Cuando decidieron casarse, se propusieron ahorrar para conseguir esa casa, la casa de sus sueños y tras mucho trabajo, la obtuvieron.

Un poco más tranquila, Ellington buscó el sándwich que Ed había dejado para ella, al darle el primer mordisco, estaba lista para devolverlo inmediatamente. Cebolla, a ella le disgustaba tanto el vegetal que el mero olor le podía dar náuseas. El comerla era aún peor, escupió el bocado en el cesto de la basura, buscando algo para que se le quitara el asqueroso sabor cuando apareció su querido, léase con sarcasmo, esposo.

—Ya encontré una, estaba en el cajón del caos —Anunció medio feliz, realmente no era fanático de vestir formalmente. Nota: el cajón del caos era un cajón donde había una infinidad de cosas, no había orden y definitivamente no había criterios de exclusión para la aceptación de objetos, cualquier cosa que cupiera y que necesitaba ser “guardada” terminaba ahí, por mencionar algunos objetos, había cargadores, listones, cámaras viejas, papeles de quién-sabe-qué, collares, tornillos, entre otras cosas más extrañas como un silvato o un avión de juguete.

—Le pusiste cebolla a mi sándwich —Sonó tal como una niña berrinchuda, lo cual causó gracia en él.

—Ups, lo siento —Aguantó una risita.

Molesta, Ellington bajó del desayunador y por accidente, realmente por accidente, derribó la taza de café en la camisa y el pantalón de su esposo.

—¡Maldición! —Irritado, Ed admiraba el resultado de la torpeza de Ellington.

—Ups, lo siento —Imitó sus palabras y aunque había sido un accidente, una sonrisa de venganza atravesó su rostro al ver enojado a Ed.

 

Cuando ambos estaban cambiándose para ir a sus respectivos trabajos, Ed por segunda vez debido al incidente con el ácido de bateria, Ellington no podía evitar burlarse silenciosamente de la cara de enojo del pelirrojo. Aunque una parte de ella le gritaba que no estaba bien sentirse así cuando su esposo estaba enojado, otra parte de ella no lo podía evitar.

Sabía que las cosas no marchaban bien y eso le daba miedo pero intentaba disfrazarlo.

Mientras, Ed buscaba otra ropa formal, detestaba cuando los altos corporativos se tomaban tiempo de ir a supervisar la empresa editorial donde trabajaba, todos se olvidaban de su actitud relajada y pretendían ser serios con un toque de amargados. Encima de todo eso, odiaba que en los últimos meses sus días a veces comenzaban, transcurrían o culminaban con discusiones entre él y su esposa ¿Qué les estaba pasando?

A través del espejo, mientras abotonaba su camisa, miró a su esposa que hacía lo mismo que él, con su propia blusa, en cierto modo la encontraba deseable, por otro lado no era el mismo sentimiento que existía en él años atrás cuando al verla o con tan sólo pensarla, mil pensamientos de amor cruzaban su mente.

Sacudió su cabeza, todo era causa del malentendido que acababan de tener, él la amaba, todavía la amaba.

—Ya me voy —Se acercó Ellington y lo besó para después dirigirse a su coche, sintiendo un ligero alivio al escapar a su trabajo y no permaneciendo a su lado.


Eso estaba terriblemente mal.

There Goes Our Love ||E.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora