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Era una noche oscura, corría sobre un campo sintiendo la hierba húmeda en mis pies descalzos. De repente, apareció frente a mí una ciudad en llamas, el humo dificultaba la visión, la sangre corría por el suelo hacia mí y llegó hasta mis pies. No podía moverme, escuchaba el galope de los caballos acercándose, el ruido de las espadas que chocaban entre sí. La sangre corría como un río sobre el suelo, intenté gritar, pero no tenía voz, intenté correr, pero no podía. Sabía que estaba soñando, pero tampoco pude despertar. Escuché una voz, fría, casi inerte, las palabras que dijo quedaron como suspendidas en el aire y grabadas para siempre en mi mente como con fuego.

«Ella será la causa por la que el reino caerá hasta convertirse en cenizas, no deben permitir
que se acerque ni que libere al príncipe cautivo del castillo encantado o la desgracia caerá
sobre el mundo entero».

Cuando desperté estaba en la habitación de mis padres, vi por la ventana que se acercaba el alba. Me levanté de un salto, pues debía dirigirme a hacer mis oficios del día.
Era mi cumpleaños número dieciocho, pero como en los anteriores no habría regalos, mis padres eran muy humildes, y nunca pudimos permitirnos algo así. Yo era una niña que soñaba con ser princesa, con vestir hermosos trajes, tener el amor de un príncipe y vivir en un gran castillo como el que veía desde la cima de una colina cercana donde a veces cuidaba a las ovejas de mi padre. Pero eso no sucedería jamás. Vivíamos en el campo, junto a un bosque y tal vez ese era el lugar más apartado del reino. Nunca había conocido otro lugar y muy seguramente ahí moriría también.

Me dirigí a desayunar, mi madre me había preparado un pequeño pastel, al verme me abrazó.

—Feliz cumpleaños, hija —dijo— sentimos mucho no poder darte un regalo.

—Gracias madre —respondí.

Cerca del mediodía, desde la colina donde cuidaba a las ovejas, vi venir a un hombre y una mujer a caballo, la mujer vestía una larga túnica verde, bajo la capucha que cubría su cabeza, se podían ver unos rizos dorados, muy parecidos a los míos. Los demás eran tres hombres, vestidos con armaduras, todos llevaban el yelmo puesto, por lo que no se veían sus caras.

Llegaron a la cabaña en la que vivíamos, bajaron de sus caballos y los dejaron atados a los postes de la cerca. Vi a mi madre abrirles la puerta e invitarlos a pasar. Me pregunté quiénes serían y a qué vendrían, pues nadie nunca nos visitaba, además de algunos vecinos que vivían algo lejos, pero nunca llegaban a caballo. Decidí acercarme sin ser vista y averiguar el motivo de su visita. Me asomé a la ventana con disimulo y los observé rápidamente.

Al ver a la mujer no lo podía creer, era en verdad hermosa, la larga cabellera dorada le llegaba hasta la cintura, sus ojos verdes brillaban como piedras preciosas, su piel blanca parecía tan suave como la seda. Los hombres que la acompañaban eran altos y apuestos, todos estaban sentados en las sillas alrededor de la mesa donde comíamos. Me oculté bajo la ventana y escuché lo que decían.

—No pueden venir y llevársela así —decía mi madre— ella no sabe nada de esto.

—Ya tiene dieciocho años —decía uno de los hombres— además, puede correr peligro aquí.

—La están buscando —intervino otro hombre— en el castillo estará más segura.

—Al contrario —dijo de nuevo mi madre— la encontrarán más fácil. Nadie sabe que está aquí.

—Queremos tenerla con nosotros —esa vez fue la otra mujer quien habló— tememos que la profecía se cumpla, pero también debemos prepararla para que sea nuestra sucesora.

—La profecía se cumplirá —dijo de nuevo mi madre— si el mundo la ve. Pero aquí nadie la verá.

—Tampoco es justo —dijo la mujer— ella no nació para pasar su vida en medio de la nada, sin conocer nunca su verdadero origen.

—Ya sabemos lo que sucederá si la llevan con ustedes ¿acaso quieren que todo su reino quede reducido a cenizas y que ella quede en manos de un desconocido?

— Tienes razón, no debimos haber venido pero queríamos verla, ¿podemos hacerlo?

— La llamaré.

Corrí de regreso a mi lugar entre las ovejas, en seguida, vi a mi madre caminar hacia mí con paso rápido. Me dijo que la acompañara a la casa, la seguí y cuando entramos, la mujer rubia se levantó y corrió a abrazarme. Cuando me soltó, me separé confundida, preguntándome quién sería. Uno de los hombres que estaban sentados junto a la mesa se levantó, también era rubio, muy alto y con ojos azules, todos parecían muy jóvenes, se acercó y también me abrazó.

—Hola, Alessia —dijo la mujer— hemos venido desde lejos a verte.

—Hola —respondí— mucho gusto en conocerla, señora.

La mujer se quitó un anillo de su perfecta mano, era dorado y con una brillante piedra verde en el centro, tomó mi mano y lo puso en uno de mis dedos. Al tomar mi mano y descubrirla áspera y llena de pequeñas heridas producto del prolongado trabajo en el campo, se echó a llorar. El hombre que me había abrazado la tomó del brazo y la miró, lleno de amor.

—No llores, querida —le dijo con dulce voz.

Ella se secó las lágrimas con las yemas de sus dedos. Tomó de nuevo mi mano y me dijo:

—Cuida mucho este anillo, es nuestro regalo para ti, espero que algún día puedas saber quienes somos.

Me abrazó de nuevo y siguió llorando. El hombre junto a ella, se acercó también y cuando se separó de mí, le dijo algo al oído. Ella acaricio con sus manos mi rostro y lloró aún más amargamente.
—Es hora de irnos —dijo— fue un gusto haberte visto.

—Adiós —dijo el hombre junto a ella— nos veremos pronto.

Dicho esto, tanto ellos como sus acompañantes, salieron de la casa, montaron en sus caballos y se alejaron a galope. Tenía muchas preguntas, así que me acerqué a mi madre con la intención de que me explicara aquel extraño suceso.

—No preguntes ni comentes nada de esta visita con tu padre —dijo— cuando sea el momento te explicaremos y entenderás muchas cosas.

Dicho eso, se alejó, así que volví a la colina a vigilar a las ovejas. Sentada sobre una piedra, pensé en el extraño sueño que tuve y soñé despierta con ser la princesa que nunca en mi vida llegaría a ser.

Príncipe misterioso || Shawn Mendes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora