Capítulo XII

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Dirimen no escuchó a nadie mientras avanzaba sin mirar a su espalda, le daba igual a este punto lo que pensara Vicentus o cualquiera de sus degenerados e idiotas compañeros. Él era un comandante que se respeta maldita sea y moriría como uno en el campo de batalla o ganaría por su propia cuenta.
Rojo de ira revisó una última vez el cargador de su pistola de plasma para comprobar que todo estuviera a punto, escuchó una respiración por encima de su hombro y se volvió rápidamente con su arma en alto para descubrir a uno de sus soldados formado detrás suyo. Volvió a mirar al frente ahora aún más confiado en la fuerza de sus veteranos de armas que habían ido a los infiernos más profundos y regresado con sus mentes completamente deshumanizadas y sin miedo.

Al mirar al suelo vió como temblaba ante los miles de pasos que se escuchaban a lo lejos. A una levantada de su sable todos los operativos de Dirimen se formaron en la barricada preparada hace días por sus propias manos. Con miradas firmes al frente y todas las armas levantadas algunos hicieron una última plegaria al emperador y se entregaron a las crueles manos del destino.
La batalla siguiente solo se podría haber resumido como una línea irrompible chocando con una fuerza demoledora, por todas partes caían los casquillos de las balas de los dos bandos enfrentados y los gritos entremezclados de órdenes y de maldiciones harían estremecerse a cualquier xeno o humano que no hubiera tomado parte de la contienda. Los números de veteranos caían lentamente a medida que el día avanzaba aún con toda la agresividad que desprendían y el arduo trabajo que les daban a los orkos a cargo de Snur al momento de matarlos de cerca. La suerte ya estaba echada y parecía que no irían a salir vivo de allí ni Dirimen ni sus hombres que quedaban. Pero esto no detuvo al comandante de pelear con todas sus fuerzas. A luchar con todas sus energías hasta que literalmente no podía ver más allá de sus manos por la sangre que empapaba su rostro y el cansancio que nublaba su vista.

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Vicentus supo que algo iba mal desde el momento en que sintió el suelo temblar, conocía a los orkos demasiado bien como para saber que eso no podía significar otra cosa que Karros y demás maquinarias orkas moviéndose a todo lo que podían. Les avisó a sus chiquillos que retrocedieron y pasaran a neutralizar la maquinaria orka tratando de hacer el menor contacto posible con el enemigo. A medio kilómetro ya podía escuchar los gritos de la contienda que estaba pasando, sin pensar y tras lanzar una maldición al aire solo dijo una frase a los "Diablos de Catachan" que lo seguían entre el follaje.
"Suelten a los sapos tóxicos"
Al instante los dos Diablos delanteros sacaron de sus bolsas dos sapos de piel oscura y ojos verdes intensos como las plantas naturales de Catachan, los agitaron y al oír sus distintivos sonidos de estrés los lanzaron lo más lejos que sus fornidos brazos les permitían en dirección a los orkos. Vicentus mientras los demás diablos hacían lo suyo corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron y llegó justo a tiempo para ver como los sapos caían en la barricada explotando, liberando sus gases tóxicos al aire, agarró a quien supuso era Dirimen y lo tiró hacia si mismo. Antes de que el comandante pudiera reaccionar el sargento desenganchó su máscara anti gas de su pantalón, se la puso en el rostro y le ordenó:
"Inhala"

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