Capítulo III

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En el hospital psiquiátrico, el caníbal Kyung Gyeong Yi yacía sentado en su cama fuertemente amarrado en su camisa de fuerza contando la historia de su vida a Ji Hoo...

Ji Hoo torció la boca hacia un lado, fascinado e intrigado al mismo tiempo.

—¿Nunca has tenido ese fuerte deseo de comer algo en especial y no te quedas tranquilo hasta comerlo?

—Sí.

—Simplemente eso.

—Eran tu esposa y tu hijo.

—Pero sabían igual a los demás — Gyeong Yi frunció un poco las cejas—, ¿sabes? Incluso entre diferentes razas y nacionalidades, el sabor de la carne humana es el mismo; parecido al cerdo pero más fuerte... —sonrió—. Es por eso que no me preocupaba en escoger.

Ji Hoo lo miró con profundo interés; al haberle preguntado sobre su esposa y su hijo, Gyeong Yi no entendió que él se refería a que debería tener un lazo emocional con ellos, sino que pensó que se refería a tendrían un sabor diferente; lo hacía entender mucho acerca de su ausencia total de empatía y lo hacía entender más acerca del líder yakuza.

—Pero ya hablamos mucho de mí —le dijo serenamente—; hablemos de ti, ¿cuándo empezarás a colocar las piezas en el tablero?

—Estoy en eso.

—Vas a matarte —espetó el caníbal. Ji Hoo le sonrió en respuesta—, encuentro algo injusto que yo esté amarrado en una camisa de fuerza y tú no.

—No voy a matarme —negó brevemente agitando el cabello—, no hasta traerte al amigo que te prometí.

—Los que se meten con los yakuza mueren —continuó el caníbal—. Es una lástima, me habría gustado morderte —y le enseñó los dientes.

—Regresaré y traeré conmigo al líder —Ji Hoo sonrió sin inmutarse— para que no estés tan solo. Y voy a comparar su encefalograma con el tuyo; probaré que tú y él tienen exactamente la misma malformación cerebral.

—Con razón el Doctor Huang está fascinado contigo. Tu investigación de campo es tan interesante como extrema; estás dispuesto a matarte por comprobar una hipótesis —exhaló mirándolo de pies a cabeza— ¿En serio todo eso será por una tesis?

—No —Ji Hoo le dirigió los ojos—. Es personal.

—Bueno, eso sí es cautivador. Pareces un joven muy tranquilo y amable, ¿qué negocios tienes con la mafia? —le preguntó mirándolo con intensidad. Ji Hoo no respondió aunque parecía estar formulando alguna clase de respuesta en su cabeza.

Y, sorpresivamente, Kyung Gyeong Yi se lanzó hacia él con la clara intención de morderlo en el cuello; Ji Hoo reaccionó, atravesó su propio brazo en defensa y gimió dolorosamente cuando los dientes de su paciente se enterraron con fuerza y salvajismo en su piel.

Ambos cayeron al suelo y Ji Hoo forcejeaba con su mano libre para tratar de sacarse de encima al otro, quien, a pesar de estar atado en la camisa de fuerza, no necesitaba más que su dentadura para dominar la batalla y entre más le empujaba la cabeza intentando desprendérselo, más fuertemente clavaba sus incisivos.

Para Ji Hoo fue una eternidad el tiempo que lo tuvo prendado aunque realmente fueron unos pocos segundos, luchó por quitárselo de encima, sin embargo, lo único que consiguió fue que le desgarraran primero la ropa y luego la piel.

La puerta electrónica se abrió y un guardia entró intempestivamente, tomó al enfermo de las correas de su camisa, lo levantó y lo arrojó en su cama.

El doctor Huang entró inmediatamente y cayó de rodillas al lado de Ji Hoo.

—¿Estás bien, Ji Hoo? —preguntó preocupado tomándolo del brazo para examinar el daño mientras el guardia sometía al sonriente enfermo en su cama y ajustaba sus correas.

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora