Capítulo XXII

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Un mensaje de texto alertó a Ji Hoo, quien se apresuró a abrir la puerta ante la mirada expectante de todos sus amigos. Afuera, Kathleen Maeng descendía de un taxi y, al verse, se dieron un breve abrazo.

Ella había llegado desde Alemania esa misma mañana y Ji Hoo le había pedido que fuera a buscarlos ya que ella siempre dijo que quería conocer a los demás...

Cuando entraron en la propiedad, Ji Hoo la presentó como su hermana. A pesar de que todos ya habían sido puestos al tanto de antemano de la noticia, sus rostros de asombro eran evidentes. Kate saludó a todos con amabilidad y perfecto coreano, lo cual resultaba curioso dado su aspecto totalmente europeo. La llenaron de saludos, presentaciones breves y halagos hacia su acento.

—Wow, Ji Hoo —exclamó Woo Bin—, todo este tiempo has tenido una hermana alemana —sonrió dirigiéndose a ella—. Eres una belleza —caminó hacia ella, tomó su mano y la besó—. Me presento, soy Song Woo Bin, a tus pies y a tus órdenes.

Kate sonrió algo azorada, aceptando el gesto.

—Gracias... —dijo con una sonrisa afable, pensando en que Woo Bin era más apuesto en persona que en las fotografías que había visto— he oído mucho de ti... de todos...

—Espero que hayan sido cosas buenas— dijo Woo Bin alzando una ceja y sonriendo de lado. Kate asintió—Tienes que dejarme invitarte a cenar —prosiguió sin disimular sus ojos prendados en ella.

—Woo Bin —murmuró Ji Hoo en tono de advertencia—. Párale.

—¡Hey! —lo miró con incredulidad— ¿pero qué dices, bro? ¿no te agradaría que emparentaramos por fin? Mis intenciones no son...

—No empieces —Ji Hoo estaba muy serio—, aléjate de Kate.

Hubo un silencio cargado de impresión y sorpresa, ¿eso era acaso un desplante de celos de hermano mayor? Nadie se hubiera imaginado a Ji Hoo en esa faceta, aunque cuando lo pensaban bien, tenía sentido que no quisiera que un donjuan como Woo Bin le hiciera daño a la hermana que había tenido perdida toda la vida.

Maiko se rió discretamente; sólo Ga Eul la escuchó.

—De acuerdo —Woo Bin alzó ambas palmas—, pero te demostraré que me he vuelto un hombre decente.

—Woo Bin —Ji Hoo entrecerró los ojos y su tono ahora era amenazante. El príncipe Song se encogió de hombros y dejó el asunto por la paz... por el momento.

Después de las presentaciones y algunas pequeñas charlas, comenzaron a dispersarse. Algunos salieron a caminar por el bosque y otros se quedaron a seguir poniéndose al día en la casa. El ambiente ya estaba mucho más tranquilo, al menos ya no parecía que todos estaban disgustados con todos.

Maiko había llegado un par de horas antes que Kathleen con todo el dinero que aún sobraba que había obtenido en Japón, que en esos momentos, era básicamente lo que usarían para sobrevivir. Ella subió a la segunda planta y salió a una terraza, no había ninguna banca donde sentarse, así que se dejó caer en el piso y recargó su espalda en la pared.

Resopló con desgano. Woo Bin siempre la trataba con mucho cariño y respeto, además de que confiaba en ella -le había confiado la vida de Ga Eul, que no era cualquier cosa-, seguramente porque él sabía lo mucho que significaba para Maiko recuperar su honor; eso era cierta garantía de que no le fallaría.

Woo Bin había pagado su fianza y la había sacado de prisión cuando aún le faltaban cinco años de condena, y, no bastando con ello, la llevó a Corea consigo. Maiko, evidentemente agradecida, comenzó a trabajar para él. Y con trabajar para él no quería decir en que sería una simple barista en uno de sus clubes, sino que trabajaría para el hijo de una mafia. Para ella, después de todo, no era un mundo nuevo y estaba dispuesta a todo con tal de pagar su deuda.

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora