Capítulo VIII

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Habían sido horas muy, muy tensas y largas. El té tranquilizante no servía para absolutamente nada, especialmente para Ga Eul, quien hasta ese momento no había entrado en ningún ataque de pánico o algo por el estilo, pero el nerviosismo que se sentía como agujas en sus muslos comenzaba a ser desesperante.

El radio a su lado no dejaba de transmitir la misma noticia,

"Para el día de hoy, el valor de las acciones del Grupo Shinhwa han caído en un ochenta y cinco por ciento" se oía la molesta voz en la transmisión "Setecientas mil familias están a punto de perder su fuente de ingreso a menos de que se tomen medidas sumamente drásticas. Su mayor socio, el Grupo JK no..."

Maiko movió la perilla de la radio, captó algunos segundos de interferencia antes de que la señal de otra estación fuera clara...

"Las amenazas de la mafia tienen tanto a alumnos como a padres de familia en alerta, por lo que no hay pronóstico aún de cuándo reanudarán clases todos los colegios de Shinhwa. Mientras tanto, la presidente del Grupo, Kang Hee Soo, y su hijo, Goo Joon Pyo, siguen reportándose como desaparecidos..."

—Ya apágalo —gruñó Ga Eul fastidiada encogiéndose en el sillón, abrazando sus rodillas. Maiko de inmediato obedeció—. Qué ansiedad, ya no lo soporto.

Maiko resopló, echó su cabeza atrás y se meció en la silla. Con la radio apagada, el silencio era tal, que se alcanzaba a escuchar el tic-tac de las manecillas de sus relojes de pulsera.

Ambas jóvenes se miraron incómodas, como si trataran de encontrar alguna especie de tema de conversación que no sonara ridículo. La verdad era que estaban hartas y ansiosas; llevaban dos días en el refugio sin tener noticias de nadie y su único contacto con el exterior era aquella radio que no dejaba de dar angustiantes noticias sobre el Grupo Shinhwa. No tenían ni siquiera sus celulares, por lo que el tiempo pasaba asquerosamente lento.

Lo único que sabían era que estaban en guerra.

—Tengo hambre —dijo Ga Eul de repente, levantándose y caminando hacia la alacena; abrió las puertecitas y rebuscó entre las latas de conservas para tomar al final una lata de macarrones con queso, forcejeó con el abrelatas al no poder encajarlo en las orillas. Giró los ojos molesta—. Siempre he odiado los abrelatas —y lo botó descuidadamente a un lado.

Maiko se levantó, tomó la lata, se agachó y la frotó vigorosamente contra el suelo de concreto, luego, la apretó un poco con sus dedos, y la tapa se botó fácilmente. Ga Eul sonrió, abrió un cajón y sacó un par de tenedores. Ambas regresaron a los sillones y se sentaron para comer, no sin antes tomar cada quien una botella de agua.

No había ventanas y estaba ubicado en quién sabe dónde. Tenían una pequeña sala con sillones que se volvían camas, un baño con una ducha, un refrigerador, un horno de microondas, una parrilla y varias alacenas llenas de comida no perecedera, en tal cantidad que les alcanzaría para sobrevivir varias semanas o meses incluso, lo cual no las hacía sentir mejor en absoluto pues veían probable quedarse allí realmente mucho tiempo.

El ruido de la puerta de metal abriéndose llamó la atención de ambas, aguardaron en silencio y no se movieron hasta que reconocieron a quien entraba, entonces sonrieron y se levantaron.

—¡Woo Bin sunbae! —Ga Eul saltó a su cuello y lo abrazó con fuerza— ¡Qué alegría verte!

—Hey, niñas —él les sonrió una vez que Ga Eul se soltó—, ¿cómo están? —avanzó y le dio un breve abrazo a Maiko—. Me siento terrible de tenerlas aquí encerradas, les prometo que no será por mucho tiempo, es sólo que... —exhaló cansado sin aire para terminar la frase.

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora