Capítulo XX

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Ji Hoo se despertó con un terrible dolor de cabeza que punzaba con cada pequeño movimiento, así que se quedó inmóvil, con los ojos fijos en el techo mientras las imágenes de lo último que recordaba volvían a su memoria, y luego movió la mirada por la habitación para reconocerla; era la cabaña del bosque de BunYa donde él y el resto del F4 habían vivido incontables experiencias y maravillosas noches alrededor de fogatas, incluyendo la del año anterior, cuando Jan Di aún estaba desaparecida.

La habitación era amplia y rústica, con dos camas queen con sencillos edredones grises. No había decoración alguna a pesar de que hasta hace no mucho solía ser ostentosa, como cada propiedad del Grupo Shinhwa; todo había sido robado meses atrás. Afortunadamente, no quedaban más intrusos y podían reclamar la cabaña una vez más.

Lo que significaba que estaba fuera de peligro por el momento así que se giró sobre sí mismo, se cubrió con las sábanas y se echó a dormir nuevamente.

Sin embargo, no fue capaz de descansar demasiado con ese enorme hematoma en la frente, sin contar la ansiedad que le recorría las venas, así que resopló resignado y se incorporó, sentándose en la cama y recargándose en la cabecera.

—Bienvenido de vuelta —le sonrió Jan Di con dulzura, sentándose a su lado en el colchón—, ¿Cómo te sientes?

—Me duele la cabeza... —masculló contrayendo su gesto, tocando ligeramente su piel morada.

—Me imagino... —Jan Di le ofreció un vaso con agua y unas pastillas. Él no hesitó en tomarlas.

Bebió toda el agua de un solo trago y dejó caer su cabeza hacia atrás con gesto agotado. Tenía tantas ganas de seguir durmiendo.

—Duerme otro rato —sugirió Jan Di tomando el vaso vacío y colocándolo en la mesa de noche junto a la cama—, estas agotado.

Él sonrió, le ponía contento cada que ella adivinaba sus pensamientos.

—Estoy bien —Ji Hoo rehusó agitando suavemente la cabeza— ¿cómo están los demás?

—Ga Eul fue herida de bala —explicó ella con un suspiro de pesar, Ji Hoo se mordió el labio con preocupación—, afortunadamente fue superficial, ya la he suturado y está totalmente fuera de peligro —hizo una breve pausa—, los demás solo están heridos en sus egos.

Ji Hoo la miró intensamente.

—Tú —dijo alzando su mano para tomarla de la mejilla— ¿estás bien?

—Lo estoy ahora que estás conmigo —contestó recargando su rostro en la palma de él, aceptando gustosa sus caricias—, te extrañé tanto, todo ha sido horrible.

—Lo sé... —le susurró mientras la acercaba para darle un abrazo— eres tan valiente.

Jan Di negó con la cabeza, rodeándolo a él con sus brazos, desesperada por respirar su aroma que siempre había sido como una droga para ella. No quería volver a desprenderse de él jamás en la vida, deseaba que pudieran fusionarse y ser uno solo para siempre, para poder perderse, para poder vivir en un mundo donde la guerra no existía.

Ji Hoo la sentía estremecerse y la acarició con ternura y bondad; él también había estado muriendo por sentirla entre sus brazos; su calor y su esencia le eran tan necesarios como el oxígeno. La reconfortó por algunos minutos, alternando sus mimos con besos en la frente...

—Lo siento, Jan Di —le susurró repetidas veces—, sé que estás asustada...

Jan Di asintió con el rostro escondido en su pecho.

—Te extrañé mucho... —susurró ella sin despegarse de él— no tienes idea... me asustaba tanto no volver a verte... que no volvieras a mí...

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora