Capítulo XIV

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Ga Eul no era como Jan Di; no tenía un carácter fuerte, al contrario, buscaba evitar el conflicto a toda costa, y una de las consecuencias naturales de esto era que no era muy buena para defenderse a sí misma.

Recordaba fotográficamente aquel día en preescolar cuando esos niños la hicieron llorar -sin embargo, no recordaba ya el motivo- y Jan Di los sometió a base de cachetadas obligándolos a disculparse; le prestó su pañuelo para secar sus lágrimas y le contó que su nombre significaba "hierba mala" porque era invencible. No se conocían de antes, pero desde ese día fueron mejores amigas.

Jan Di fue siempre su modelo a seguir; literalmente todo lo que hacía le parecía fenomenal y suspiraba constantemente diciéndose a sí misma "ojalá fuera tan fuerte como Jan Di; tan decidida, tan firme, tan trabajadora, tan diligente...". Tan un largo etcétera.

Pero todo se quedaba en absurdos deseos infantiles; la única verdad es que Ga Eul era débil y estaba acostumbrada a ser protegida, tanto por su amiga, como por Yi Jung y también, en cierta medida, por Woo Bin. Le era frustrante ser la única del grupo que no podía defender a nadie, pero no hallaba de dónde sacar fortaleza para no ser así ya que su posición era tan cómoda que salir de allí le aterraba; toda su vida vivió en una familia de clase media a la que no le sobraba dinero, pero tampoco le faltaba y las deudas nunca los ahogaron, al contrario de la familia de Jan Di, y luego, tras comprometerse, se fue acostumbrando a una vida holgada.

De nuevo, al contrario de su mejor amiga, no veía sentido en rechazar presentes caros ni salidas extravagantes. Estaba enamorada de Yi Jung y de su dinero, no por ser interesada, sino porque si no fuera él millonario definitivamente sería una persona diferente. Las cosas venían juntas.

Suspiró recargando su espalda en el sillón de cuero y sacó de entre su blusa la cadena que colgaba de su cuello, en la cual portaba ahora su anillo de bodas y del que jamás se separaba pues era lo único que tenía para sentir a Yi Jung, aunque fuera un poquito cerca de ella.

Pensaba en él día y noche; antes de dormir y justo al despertar. Más aún que acababa de ser su primer aniversario de matrimonio; trataba de no reparar mucho en ese detalle ya que le provocaba un nudo en la garganta. Desde niña había sido soñadora e ingenua, siempre pensando en encontrar a su alma gemela y tras topársela, pasar dulces y románticos aniversarios. Pero aquel primer año lo habían pasado sin tener noticias mutuas y sólo Dios sabía si tendrían vida para llegar al siguiente...

—Ga Eul —la llamó Maiko sacándola de sus pensamientos—, vamos.

Asintió y se levantó. Llevaban esperando cerca de diez minutos en la recepción del último piso de un alto y deslumbrante edificio corporativo de cristal hasta que una joven secretaria les indicó que podían pasar a la oficina.

—Bienvenidas —saludó en japonés un hombre de traje Armani y de unos sesenta años tras un carísimo escritorio mientras alzaba las palmas indicándoles sentarse en las sillas frente a él—. Por favor.

—Gracias —respondió Maiko. Las dos se sentaron después de una reverencia de cabeza.

Él miró brevemente a Ga Eul tratando de no ser obvio y les dio la espalda cuando ella notó sus ojos. Retiró con cuidado una pintura al óleo de marco bañado en oro que colgaba de la pared, revelando una caja fuerte, giró la perilla con la combinación y luego de abrirla, sacó un bolso negro, el cual puso en el escritorio.

Maiko se levantó de la silla y lo abrió, revelando decenas de fajos de billetes de alta denominación, tomó unos cuantos entre sus manos para observarlos mejor, sonrió y los volvió a guardar. Acto seguido, echó el bolso entero a su mochila.

—Excelente —murmuró Maiko echándose la mochila al hombro —Fue un placer —finalizó con cierta coquetería en sus ojos.

—El placer es mío —contestó el señor con una reverencia. Tras ello, clavó su mirada en Ga Eul—. Es un honor conocerla, señora.

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora