Jan Di había tenido pesadillas recurrentes desde el día que conoció al abogado Bo, varios años atrás; al contrario de Ji Hoo, quien podía quedarse dormido en cualquier esquina incómoda, Jan Di difícilmente conciliaba el sueño, pero no le importaba demasiado, de cualquier forma, dormir era para débiles y ella estaba demasiado ocupada con el Instituto y tres trabajos como para preocuparse por sus hábitos de sueño. Después vino la Escuela de Medicina con sus eternas noches de estudio y café. Y honestamente ella prefería lidiar con ojeras y cansancio que con sus pesadillas.
Solía recordar frecuentemente a su papá cuando la cobijaba en sus malas noches y le decía que las pesadillas son solo malos sueños que no se vuelven realidad. Lamentablemente, su papá se había equivocado.
Así que allí estaba ella, recostada boca abajo en un colchón cómodo y cálido, con los párpados tan pesados que le era imposible abrirlos y con la sensación de estar flotando en un limbo entre la realidad y el mundo onírico, deseando despertar en su cama, en casa de sus padres para que su papá pudiera tranquilizarla diciendo que todo había sido una pesadilla, que nada había sido real.
—¿Papá...? —masculló Jan Di débilmente. Sentía la textura de un suave edredón rozando su piel. Un aroma a menta y un ambiente cálido— ¿papá...? Sintió entonces el peso de alguien sentarse a su lado en el colchón y unas manos acariciando sus mejillas. Pero esas no eran las manos de su papá magulladas por el duro trabajo de planchar incesablemente para sacar adelante a su pequeña familia. No, estas manos tenían un tacto muy diferente; cariñosas, largas y ásperas en las puntas de sus dedos, indiscutibles marcas de alguien que toca cuerdas...
—¿Ji Hoo...?
—Sí... —le contestó apenas en un susurro.
—¿Dónde está mi papá...?
—Está en Corea —le dijo con amabilidad, aún acariciando su rostro—. Tu papa, tu mamá y tu hermano están en Corea y nosotros estamos en Alemania, ¿recuerdas?
—Tengo mucho sueño... no puedo...
—Estás sedada, Jan Di —explicó retirándole el cabello del rostro—, duérmete; se te pasará en un par de horas...
—No quiero que pase... quiero ir a casa... Ji Hoo no respondió, solo siguió acariciándola. Jan Di supuso que significaba que no irían a casa.
—¿Te duele? —preguntó él, tan amable, tan dulce, como siempre.
Ella se concentró en su cuerpo. No, no dolía nada, al contrario, estaba totalmente relajada y sentía que flotaba. Nada dolía, ni molestaba, ni estorbaba. Era perfecto, solo tenía que volver a dormir y no habría nada que la perturbara.
Las manos dejaron de acariciarla y las sintió alejarse, también sintió que él se levantaba del colchón. Con la poca fuerza que tenía, pudo atrapar la muñeca de Ji Hoo.
—No te vayas...
—No voy a ningún lado.
Apretó su agarre tanto como pudo.
—No te vayas...
El pesó volvió a la cama. Sintió cómo él se inclinaba sobre ella...
—Aquí estoy; siempre estaré a tu lado.
—¿Ji Hoo...? —susurró sin levantar el rostro, sin abrir los párpados— ¿crees que algún día regresemos a casa...?
Hubo un instante de silencio. Él empezó entonces a acariciar su cabello y sus hombros.
—Claro que volveremos a casa... a nuestra casa. Ahora todo lo que es mío es tuyo también.
Jan Di esbozó una pequeña sonrisa.
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El libro de la Joya Coreana
Fanfic(JanDixJiHoo) [Secuela de "La jaula de los lobos"] Mientras el tiempo pasa, las heridas no han ido sanando, al contrario, sólo se ha ido alimentando la obsesión por perseguir y terminar con aquellos que destruyeron sus vidas en el pasado.