Capítulo XXV

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—Mañana nos vamos a jugar todo —les dijo Ji Hoo cuando los tuvo reunidos alrededor de la fogata, después de horas de reír como niños pequeños—. Vamos a apostar por una sola oportunidad; si fallamos, lo más probable es que no vivamos para contarla...

Sus amigos lo miraban en silencio, el ambiente se había vuelto solemne. Todos estaban nerviosos, pero tenían decisión en sus miradas. Hartos de huir, hartos de tener miedo.

—Quiero que sepan que agradezco al cielo que sean mi familia —continuó con voz tranquila y serena—. Los he hecho pasar por mucho, la han pasado mal por mi culpa, pero me han seguido hasta aquí y si sobrevivo no me va alcanzar la vida para pagarles —tragó saliva y tomó un respiro—. No quiero que se sientan obligados a continuar; si alguien quiere irse ahora, hágalo; no hay deshonor en cuidar sus propias vidas...

Nadie se movió. Por un momento solo se escuchaba el sonido de las brasas y el canto de los grillos.

—Te seguiré hasta el final —aseveró Joon Pyo, sonriendo con arrogancia y seguridad—, jamás te dejaré solo, te lo he dicho en el pasado y te lo repito ahora: si vas a hacer algo estúpido, yo estaré a tu lado.

Ji Hoo sonrió y sus ojos se emocionaron. Asintió agradeciendo que Joon Pyo fuera su mejor amigo.

—No retrocederemos, Ji Hoo sunbae —dijo Ga Eul cándidamente—, hemos llegado muy lejos.

Los demás asintieron ante dicha afirmación. Ji Hoo les sonrió nuevamente a todos.

—Jan Di debe morir mañana —explicó una vez que se aseguró que todos estaban allí por convicción—, ella no puede estar aquí, es traición. Kate ha tomado unos videos de nuestro supuesto plan de marcharnos mañana y se los llevará al Maestro; él ordenará matarla...

—Está todo listo —intervino Woo Bin—, lo haremos de la forma más aparatosa posible; Maiko va a dispararle desde una motocicleta en plena hora pico, tiene que haber decenas de testigos tomando videos, sé que se hará viral en minutos.

—Kate... ¿estás segura? —insistió Ji Hoo— Te pondrás en gran peligro... tú y yo no somos nada, no nos une nada.

—Eres mi hermano —le sonrió Kathleen—, no importa que al final haya resultado que la sangre no nos une, eres mi hermano que siempre busqué. Y te equivocas al decir que nada nos une; mi padre fue fiel y leal a tu madre hasta su último aliento, él logró esconder el secreto de su ejército y en honor a su memoria voy a luchar por ver a Masaaki Takeru derrotado.

Jan Di la miró con severidad. Desde que la conoció tuvo muchas dudas sobre ella a pesar de que Ji Hoo parecía confiar ciegamente en sus intenciones, pero ella seguía temiéndole; Kate era una doble agente y solo rogaba porque verdaderamente estuviera de su lado. Inhaló alejando sus pensamientos; debía confiar en el instinto de Ji Hoo y debía concentrarse en jugar su propia parte, sería difícil aguantar tantas horas inmóvil tirada en una cama de hospital conectada a máquinas que no necesitaría.

Todo debía salir bien, llevaban meses planeando el montaje de su muerte, todo debía salir de acuerdo al plan si querían conservar sus cabezas. Estaban seguros de que Masaaki no tenía idea del ejército de Ni Eun el cual ya venía en camino. Él se daría cuenta rápido de que todo sería falso, pero si lograban distraerlo, aunque fuese por pocas horas, podrían atacar.

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La mansión de Masaaki Takeru a las afueras de Seúl era, obviamente, bellísima. Una enorme casa tradicional llena de pasillos y salones adornados con arte tradicional japonés pero equipados con la mayor modernidad; un ejemplo maravilloso de que el presente y el pasado pueden convivir en un perfecto equilibrio.

El libro de la Joya CoreanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora