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[En la actualidad. Tres semanas después del incidente]

Mary Morstan fruncía el ceño inquieta mientras ponía su atención al volante. Finalmente había conseguido su licencia de conducir, pero no imaginó que su primer día de conductora legalmente autorizada lo usaría para ir a buscar a John Watson. O quizás sí.

Aparcó en el amplio predio donde se afincaba el cementerio, rodeado de enormes árboles y hermosas flores y descendió. Entrado ya el mes de noviembre, el frío empezaba a sentirse cada vez más, anunciando el arribo de la estación invernal en la capital del reino.

La joven se acomodó el gorro de hilo y se dirigió a la entrada de aquel sitio tan lúgubre y a la vez tan radiante.

Transitó el sendero de piedra que surcaba el terreno. Alguna que otra persona se encontraba visitando a quienes ya habían pasado a mejor vida, silentes o apenas murmurando lo que probablemente fueran plegarias.

Mary desconocía dónde exactamente podría encontrarse la tumba de la madre de John, pero sabía que ese era el sitio y que el chico se encontraría allí.

John nunca visitaba esos lugares en compañía de nadie. Ni siquiera había venido con Sherlock. Era para el joven, un sector reservado a la soledad y la reflexión. Era aún, una parte de su vida que no había superado ni había sabido compartir debidamente con nadie.

Tres semanas había trascurrido ya desde aquel fatídico día. El día en que Sherlock cayera en coma por sobredosis y lo internaran el hospital Saint Thomas.

Tres semanas desde que John había empezado a transitar los pasillos de la escuela como un ente sin vida, interactuando lo menos posible con las personas y hasta faltando a sus entrenamientos.

Acorde a lo que los médicos habían dicho, su viejo amigo había ingerido una cantidad excesiva de pastillas de éxtasis, dosis de cocaína por inhalación y un adicional de drogas mal diseñadas que habían terminado de destruir su sistema. Sin embargo, todo se mantenía insoportablemente igual al primer día. Ninguna complicación relevante en su estado de salud pero tampoco ninguna esperanza de que alguna vez fuera a despertar.

John recordaba ese terrible día con una precisión indeseada, asimismo, con una inevitable y fatal amargura. La llamada de Bill desde el hospital a las dos de la mañana. El escuchar sus palabras, el correr cerca de dos kilómetros hasta el hospital. El llegar jadeante a la puerta. Su respiración sin componerse.

La sensación familiar. El deja vu.

No había pasado siquiera de la puerta cuando la necesidad de huir de ese lugar le invadió.

Y aun no podía entrar.

La verdad era que el rugbier se sentía devastado. Y Mary podía notarlo con solo mirarlo.

La silueta del chico pudo vislumbrarse, sentada frente a una de las tumbas. La joven se acercó lentamente hasta sentarse en la banca a su lado. John había notado su presencia pero no se inmutó. Su mirada circunspecta y vacía se dirigía perdidamente hacia algún punto al frente, en dirección de donde yacía su madre muerta.

—¿Qué quieres? —dijo el rugbier con antipatía, sin siquiera mirarle.

Mary en cambio, le miró con preocupación.

—Él estará bien, John.

La expresión del chico se oscureció.

—Yo le dije... Le dije que las drogas lo matarían... le dije que se hundiría, y yo no estaría ahí para él —musitaba absorto.

—John, Sherlock no está muerto —le dijo la joven con firmeza. —Sherlock no está aquí, está allá, en un hospital, luchando por su vida. Y necesita de tu apoyo, necesita a su amigo a su lado. Y tú también necesitas verlo.

The Two of Us || TeenLock Fanfic (TERMINADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora