CAPITULO XXIII.- EPÍLOGO

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Acacias estaba revuelto por la llegada de la fiesta patronal. En las calles había filas y filas de puestos de dulces típicos, aguas frescas, comida tradicional y estampitas religiosas.

Todos los habitantes de la ciudad y vecinos aledaños se dieron cita para el gran festejo. Risas, gritos de algarabía ¡Vivas! ¡Hurras! Se dejaba escuchar en el trayecto hasta la iglesia.

La iglesia estaba tan abarrotada de feligreses que muchos se quedaron en la entrada.

Sonó la campanada de fin de la misa y la gente comenzó a dispersarse por los puestos para hacer sus compritas y esperar que oscureciera para que el alcalde, en compañía de un conjunto de aristócratas dieran la autorización para que iniciara la quema de fuegos pirotécnicos.

Los habitantes de Acacias fueron callando uno a uno cuando el carruaje de la duquesa aparcó en el lugar que el alcalde destinó para ello. El distinguido chofer bajó y abrió la puerta para dar paso a la peculiar familia.

Primero bajó Camino, con su elegante vestido de múltiples volantes, hermoso, adornado con discreta pedrería en dorado. El tocado más exclusivo que nadie en Acacias conocía pero admiraba. Las mujeres retuvieron la respiración por la belleza del vestido. Los hombres por la belleza de la mujer.

Cerca de allí, Felicia no pudo evitar una sonrisa de orgullo. Tres años, y el matrimonio entre paredes de su hija estaba mejor que nunca. La ciudad entera parecía ignorar lo que estaba pasando entre ellas, pues era normal ver a dos mujeres caminando con los brazos entrelazados.

Hubo una especie de acuerdo entre líneas con las vecinas y amigas más allegadas de la pareja (la mayoría eran mujeres que servían a la aristocracia de Acacias 38) que guardaban un enorme cariño por las duquesas, como les llamaban en secreto., cuando ellas iban por la calle y por costumbre se acercaban demasiado, cualquiera que estuviera cerca y conocía el secreto a voces las advertía del desliz.

Felicia continuó su inspección, era una constante en su vida, el miedo a que su hija fuera descubierta.

Después bajó Mariana, que ya estaba más crecidita. Era alta, y con un porte muy elegante. La gente de Acacias la tenía en alta estima pues era piadosa, generosa igual que su madre. Mariana se dirigió de inmediato donde Felicia tan solo poner los pies sobre la tierra.

Camino miró con una sonrisa la manera en que su madre y Lady Mariana se saludaban con efusividad. Mariana descubrió su gusto por la cocina mientras acompañaba a Sasha cuando iba al restaurante, que dicho sea de paso ya se le veía muy poco por Valle verde. Curiosamente había encontrado en la madre de Camino una mujer a la cual admirar. No se le despegaba para nada., por supuesto Felicia se daba por enterada y estaba encantada por encontrar una ayudante que amara tanto el oficio como si fuera ella misma.

Felicia contuvo el aliento al mirar los pies de la duquesa que se asomaba apenas por la puerta, rogaba a dios porque su nuera no se hubiera puesto uno de esos trajes que la hacían lucir como un hombre. Aunque Maite había cumplido su promesa de no lucirlo en público, de repente a Felicia le entraba la inquietud. Pero no, Maite iba vestida con una gracia femenina, con un vestido absolutamente maravilloso., por fin pudo respirar con normalidad y buscó a Sasha con la mirada. La encontró en el puesto de churros y movió la cabeza con desaprobación, sin embargo sí que aceptó una pieza.

Continuó su observación sobre la pareja y pudo ver cómo les saludaban a su paso, Maite y Camino estaban contribuyendo a que su ciudad viviera momentos de prosperidad y mayor esparcimiento. Eran adoradas por la gran mayoría, pues desde su unión se habían preocupado por lograr un mayor abanico de posibilidades con respecto al esparcimiento, con múltiples espacios recreativos.

EL DÍA QUE MAITE VOLVIÓ A ACACIAS  fanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora