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Regresé a casa un tanto decepcionada. ¿Pero qué esperaba? Aunque odiara admitirlo, Reid tenía razón. No pude probar nada. Además, para contribuir con mi mal humor, estaba el recuerdo de sus palabras estúpidas y su tono arrogante.

Me tumbé en el sofá y solté un largo suspiro.

—¿Cómo te fue? —preguntó Dylan, apareciendo en la sala y sentándose a mi lado.

—No muy bien.

—¿Qué le dijiste?

—No te había contado esto pero en la madrugada me desperté por las típicas pesadillas, entonces decidí bajar a tomar agua y miré por la ventana. ¿Adivina a quién vi?

—A Reid.

Yo asentí.

—Fue raro. No sé... Iba vestido todo de negro, y estaba encapuchado. ¿Qué se supone que iba a hacer a esa hora? Y luego ¡Boom!, desaparece Sabrina.

—Un segundo. ¿Lo que estás diciendo es que piensas que él tuvo algo que ver con la desaparición de Sabrina?

—Exacto.

—No creo —Dylan negó con la cabeza.

—Es que es mucha casualidad —dije—. ¿No te parece sospechoso?

—Sí pienso que es un poco raro que haya salido de su casa en la madrugada pero eso no explica nada. ¿Él te contó lo que hizo en ese momento?

—Ahí está el problema. Ni siquiera me explicó nada. Se negó a decírmelo.

Dylan se rascó la barbilla, pensativo.

—Mejor deberíamos esperar a ver qué dice la policía —dijo él—. Tal vez Sabrina tenía un novio y nadie sabía. Tal vez decidió irse con él.

—No lo creo. Ella no es así. Jamás le haría algo como eso a sus padres.

—No estamos seguros. Tú mejor que nadie sabes que nunca se llega a conocer completamente a una persona. Tal vez se cansó de vivir bajo una mentira.

Lo que decía Dylan tenía sentido, mucho. Pero sentía que ese no era el caso. Debía ser algo más, lo sabía.

—No lo sé —dije, volviendo mi atención a la conversación.

Dylan suspiró—: Bueno, como dije antes, mejor esperemos a que la policía actúe.

—No podemos esperar 48 horas. La policía es inútil.

—Dime algo que no sepa —resopló—. Sólo digo que tú no eres una detective o algo así. Debemos relajarnos.

Antes de que pudiera responder cualquier cosa, mi madre entró en la sala con un montón de papeles en las manos.

—Aquí están los folletos. Hay que repartirlos por todo el centro. La ciudad entera si es posible —dijo ella—. Espero que haya una respuesta después de esto.

—¿Cuándo se repartirán? —pregunté.

—Hoy mismo.

—¿Vamos? —dije, lanzándole una mirada interrogante a Dylan.

—¡Claro! Más bien deberíamos ir ahora. Mientras más rápido, mucho mejor. Y así te calmas un poco.

—Tienes razón.

—Sí, chicos. Intenten repartir a cada persona que vean —intervino mi madre.

Dylan se levantó del sofá y tiró de uno de mis brazos hasta que estuve de pie junto a él.

—Ya nos vamos —dijo Dylan, agarrando los folletos que le tendía mi madre.

—Dame la mitad y tú te quedas con la otra parte —propuse.

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