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4 meses antes.
Blement.

Everly.

—Deberíamos ir a presentarnos con los nuevos vecinos, ¿Qué te parece? —preguntó mi madre, demasiado entusiasmada para mi gusto.

Me giré hacia ella y alcé una ceja—:¿En serio? ¿Ahora?

Mi madre asintió, dándome la espalda.

—No lo sé, mamá. Tal vez deberías tú con Matthew —dije.

—Quiero que vengas, Everly. Además, les he preparado mi famosa tarta de manzanas. No seas aguafiestas. Son nuestros vecinos y debemos ser amables con ellos —sacó la tarta del refrigerador y luego volvió a encararme—. Te quejas de que no tienes muchos amigos pero no haces nada por conocer gente nueva.

Bien, eso era cierto.

—De acuerdo, de acuerdo —le dí la razón—. Está bien, basta de sermones. Pero quiero volver rápido, por favor. Tengo cosas que hacer.

—Cuenta con eso —me guiñó un ojo.

Mi madre caminó hacia la sala antes de llamar a Matthew con un grito que probablemente pudo oírse hasta cinco cuadras de distancia.

—¿Qué sucede? —preguntó él, frunciendo un poco el ceño.

—Vamos a ir a presentarnos con los nuevos vecinos —explicó mi madre— ¿Vienes?

El gesto confundido de Matthew abandonó su rostro para darle paso a una sonrisa relajada.

—Claro, es un muy buen gesto de tu parte —él le dio un casto beso en la mejilla y ella sonrió.

Mamá tomó la tarta de manzanas, salió de la cocina con un ligero pavoneo, y se aproximó a la puerta con Matthew trotando detrás de ella. Yo tomé un último sorbo de agua de mi botella y luego me apresuré para alcanzarlos.

Al estar afuera, pude visualizar la casa frente a la nuestra con más detenimiento. A primera vista, la casa parecía impresionante, no se podía pasar por alto ese detalle. Con altas paredes pintadas de color marfil, y un enorme jardín en la entrada. Cualquier podría notar que su casa era la más grande y bonita de este vecindario y que, evidentemente, esa familia tenía dinero.

Caminamos hasta el portón de seguridad cuando mi madre presionó el botón del timbre. Estuvimos algunos segundos esperando hasta que se oyó un pitido, y, repentinamente, el portón comenzó a abrirse poco a poco. Seguimos caminando hasta llegar a la puerta principal, donde una mujer pelirroja nos recibió. La detallé muy bien y me di cuenta de dos cosas: ella era alta, y muy muy hermosa. Sus ojos eran de un color azul pálido y sus facciones delicadas le atribuían mucho a su aspecto.

Ella sonrió de oreja a oreja en cuanto nos vio.

—¡Hola! —dijo ella—. Mucho gusto, soy Penelope —le tendió la mano a mi madre y luego a Matthew. Por último me saludó a mí.

—Es un placer —respondió mi mamá—. Yo soy Julia Williams, mi esposo Matthew, y mi hija Everly. Les hemos traído esta tarta de manzanas como obsequio de bienvenida. Espero que les guste.

—Vaya, muchas gracias —Penelope siguió con la sonrisa agradable en su rostro—. Pasen, adelante.

Entramos a la casa mientras caía en cuenta de que aquella casa era aún más sorprendente en sus adentros. Las paredes iban pintadas todas de color vino y en algunas de ellas pude notar varios certificados de reconocimiento. Me fijé en una que marcaba a alguien llamado Reid Strasser. Probablemente fuese de su esposo o tal vez tuviesen un hijo.

Seguí ojeando y noté que los muebles eran blancos, muy sobrios. Todo el piso era de un mármol pulido, cosa que me hizo sentir la absurda necesidad de quitarme los zapatos.

Abandoné esos pensamientos sin sentido cuando una chica pelirroja emergió desde las escaleras hasta la sala.

Su rostro demostraba confusión mientras nos escudriñaba con la mirada.

—Teresa, ellos son los Williams. Nuestros vecinos —comentó Penelope, mirando a la chica—. Ella es mi hija, Teresa.

—Es un placer —dijo Teresa, relajando su ceño fruncido y sintiéndonos.

Mi madre, Matthew y yo le sonreímos en conjunto.

—Por favor, llama a tu padre y a tus hermanos —le pidió Penelope.

—Sí, mamá. Enseguida vuelvo —Teresa caminó hacía las escaleras y desapareció de la sala.

—Y..., ¿de dónde vienen? —pregunté, sacando mi lado curioso a la luz.

—Vinimos de Londres.

—Oh, un hermoso lugar y bastante lejos de aquí —dijo mi mamá.

—Definitivamente lo es, pero creo que necesitábamos un cambio de aires —Penelope sonrió—. Por cierto, olvidé mencionarlo antes. Me encanta tu cabello, Everly.

Le sonreí y luego acaricié mi cabello por inercia.

Antes lo traía muy largo y cuando le dije a mi madre que quería un corte estilo bob se había negado rotundamente, pero cuando cumplí los dieciocho no pudo hacer nada más que soportarlo.

Le agradecí el cumplido a Penelope y fue justo entonces cuando se escucharon unos pasos resonar en el suelo, atrayendo nuestra atención.

Tres hombres se acercaron a nosotros. Bueno, un hombre y dos chicos. El señor debía tener unos cuarenta y pocos. Los detallé a todos. El más viejo tenía el cabello negro perfectamente peinado, era increíblemente alto, su piel muy blanca, mandíbula afilada, y una nariz respingona, no podía negar que era bastante atractivo. Uno de los dos jóvenes era pelinegro y muy parecido a su padre, con los mismos ojos de Penelope, y casi tan alto como el cuarentón. El último era más alto que el pelinegro pero no tanto como su padre, éste tenía el cabello castaño oscuro, y sus ojos de un café claro. El chico era, de hecho, muy guapo. En realidad toda su familia lo era.

Me había quedado embobada mirándolos hasta que oí a mi madre aclarándose la garganta.

—¿Everly? —mi madre me llamó.

—Mucho gusto —dije, aclarándome la garganta.

—Ellos son mis dos hijos, Noah y Reid, y él es mi esposo, Christian —los presentó Penelope—. Chicos, ellos son los Williams. Julia, su esposo Matthew, y su hija Everly.

—Es un gusto —me dijo Christian después de saludar a mamá y a Matthew. Luego se posicionó junto a su esposa.

Saludé primero al pelinegro estrechando mi mano con la suya. Noah me saludó con una sonrisa cálida. Luego repetí el procedimiento con Reid, pero cuando estaba a punto de apartar mi mano de la suya, él me acarició la palma, cosa que me hizo apartarla de golpe. Me le quedé mirando fijamente y solté un bufido.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunté.

—¿Por qué hice qué? —dijo él, fingiendo ignorancia.

El tono grave de su voz me tomó desprevenida. Bastante desprevenida.

—Eso, lo que hiciste con tu mano.

—No sé de qué estás hablando.

Definitivamente me estaba tomando el pelo y no se lo iba a permitir. Eso sí que no.

—No te hagas el desentendido.

—Creo que estás confundida, ¿Avery?

—Everly. Mi nombre es Everly.

No supe muy bien por qué me irritó tanto que no recordara mi nombre, considerando que apenas me conocía. Pero el hecho es que lo hizo.

Y la noche apenas comienza...

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