28.- Estrellas.

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—¡Ding Dong!— se logró escuchar desde afuera de la casa del pelinegro.

El dueño de la casa salió de la mansión con una enorme sonrisa y camino a pasos apresurados por el enorme jardín, una vez cerca de la puerta de piedra, la abrió fijando ver a cierto híbrido.

—¡Hola Vegettita!— su enorme sonrisa causaba que sus ojos se cerraran.

Al ojimorado se le vinieron los colores a la cara debido a tal sonrisa.

—... ¿Tas bien?— preguntó el castaño tomando los hombros contrarios.

—Si, si, estoy bien— el mayor se separó del más alto un poco nervioso por la cercanía —... ¿Vamos arriba?— preguntó señalando su casa del árbol.

—Vale— en su rostro todavía había preocupación pero el ojimorado lo ignoro.

Caminaron a pasos lentos hasta el tronco de la casa, no tenían ninguna prisa, tenían toda la noche para ellos dos solos... Y no la desaprovecharían para nada.

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—La comida estubo deliciosa, Vege— felicito el menor.

—Gracias chiqui— le sonrió mostrando sus dientes y haciendo que unos pequeños hoyuelos se formarán en sus mejillas.

La cara de Rubén estaba totalmente sería, pero el color rojizo de su rostro indicaba que estaba más que nervioso, y eso, Samuel lo noto.

—... ¿Quieres ir a pescar?— el pelinegro se levantó de su silla y le extendio su mano al más alto.

—... Si— el castaño tomó su mano y sintió un pequeño jalón haciendo que su pecho chocará con el contrario.

—¿Que te parece si bailamos un poco antes?— dijo tomando la cintura con una de sus manos.

—... V-Vale— su rostro era un poema a los ojos de Vegetta —¿Pero y la música?—.

—No es necesaria, Ozito— y sin más, empezó a moverse en un pequeño bals guíando al menor.

Poco a poco, su pequeño amor crecía y las estrellas fueron las únicas testigos del nacimiento de este.
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Palabras: 285.

#Rubegetta MonthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora