CAPITULO 47

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LION.























Sus ojos no dejan de estudiarme, ya me ha inquietado la forma en la que se reserva. Sólo se mantiene así, tan sospechosa y, talvez, también se encuentre molesta e indecisa. Su silencio me hace temer cómo un verdadero cobarde. Sé que sigue afectada por todo esto. Sé..., que aún no me ha perdonado de verdad y que, de seguro, le cuesta mirarme ahora.

No puede engañarme, no quiero seguir alimentando a ese miedo dentro de mí pero tengo que seguir siendo cauteloso con ella y, sobre todo, con este tema en especial porque era... su padre. Porque puedo ver en sus ojos azules el sufrimiento y la impotencia que de seguro la está atormentando ahora al darle cara a esta situación. Al enfrentarse..., a mí. Al que resultó ser el verdadero asesino de su padre.

Sé que esto debe ser tan jodido para ella y que ahora no sabe cómo verme. Aunque fuese ese su conflicto..., no me atrevería a perturbarla más al forzarla a tomar una decisión que me convenga, por ejemplo..., cómo el pedirle que lo olvide y que me perdone. Cómo el decirle la verdad del porqué lo hice y con eso hacerle convencer que, tal vez, tuve razón al hacerlo.

No...

No puedo enterarla de eso.

No puedo perturbar su cabeza ni a su corazón de esa manera, y no lo hago tanto por ese bastardo... Lo hago porque también temo que me vea diferente. Temo que llegue a verme..., débil y que pierda cierta confianza en mí.

No...

No puedo permitirlo, porque sé que también le causaría un gran dolor. Dolor del que yo nunca he logrado escapar.

Un suspiro de la pequeña rubia, que ahora descansa su cuerpo sobre el pequeño refrigerador que está detrás de ella, me hace activarme de golpe y tragar grueso.

— Entonces... la gente que tenía problemas con él... ¿nunca existió? ¿También l-lo inventaste para que nos fuéramos de ahí?

Asiento, sintiéndome tan miserable y pesado por confesarlo.

Recargo mi peso en la pared que está detrás de mí, y después meto las manos en los bolsillos de mis pantalones oscuros. Al fin me he deshecho de ese horrible uniforme de prisionero. Jamás esperé sentirme tan agusto con mi ropa casual. Le echo una mirada a Lilo, quién yace recargada en el marco de la entrada de la pequeña cocina donde ahora siento tanta jodida tensión. El silencio es cortado de tajo por el retumbar de ese viejo refrigerador. Son más de las ocho de la noche al mirar el reloj de manecillas que yace arriba de la ventana. Ya he sentido tan largo este día, me siento agotado. Tantas sorpresas en un sólo día me han robado todas mis energías. Sin embargo me obligo a seguir con los ojos abiertos para seguirlas enfrentado.

Después de lo que hicieron por mí al arriesgarse al ir ahí para rescatarme..., darles algún tipo de explicación es lo mínimo que les debo ahora.

— Hubo... amenazas, pero no tan serias. De eso saqué ventaja para hacer que todos creyeran que...—

— Que... ¿alguien más lo mató?— su voz casi es un susurro y atribuyo su tono a la falta de valor para decirlo en voz alta.

Me cuesta mirarla...

Algo quema en mi garganta y sé que es la maldita verdad que no quiere salir de mi boca, es por eso que lo hago de a poco pero aún así se siente cómo si hubiese tragado clavos. Me cuesta decirle algo al respecto de lo que pasó. No quiero hacerlo. No se supone que tenga que hacerlo. Me prometí a mí mismo que esto se iría a la tumba conmigo, pero ya no puedo seguir siendo tan maldito con ella.

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