Capítulo 3

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Entro en el interior de la casa siguiendo a Emma, la entrada era amplia, las paredes estaban forradas por un papel de flores de colores en tonos claros, tenía aspecto de tener algunos años pues estaba algo desgastado, aunque a pesar de ello, era bastante bonito. Emma me lleva hasta el salón, que era bastante grande con un televisor pegado a la pared, un sofá de color rosa pastel mirando hacia él, junto con dos sillones del mismo tono, haciendo juego también con el color de la pared y las cortinas. Emma se sienta en el sofá y me indica que me siente a su lado, dando unos suaves toques al hueco de sofá librea su lado.

– ¿Emma, podrías contarme más cosas de mi? –pregunto algo dudosa, jugando con mis manos– el médico dijo que tendría que recordar las cosas por mí misma, aunque posiblemente también podría ayudarme que me cuentes algunas cosas. Bueno, realmente no se sabe muy bien qué podría devolverme mis recuerdos, cualquier cosa podría estimularlo... –intentaba explicar lo que el médico me había dicho lo mejor que pude, ya que realmente no tenía gran idea de todo aquello.

– Por supuesto que sí –Emma asiente con una dulce sonrisa en los labios, me mira durante unos segundos pensativa, seguramente estaba pensando por dónde empezar— naciste un 5 de diciembre de 1996, tienes un año más que yo, vivías en la casa de ahí al lado –dice mientras señala con el dedo índice la pared que se encontraba detrás de mí– pasábamos el día juntas y Eric siempre quería unirse a nosotras, como te he dicho antes, él tiene un año más que tú.

– ¿Sabes algo de él ahora? –la interrumpo con curiosidad, pues lo cierto era que me encantaría ver a mi familia, quizá había sido él quien había llamado en el hospital, aunque de ser así ¿por qué habría colgado al saber lo del accidente? ¿Por qué no habría venido a por mí?

– Pues lo cierto es que sí –se mordió el labio inferior de forma nerviosa, cosa que no me transmitió nada bueno– pero ya llegaremos a eso. Por cierto, ¿te apetece tomar algo?

Por mucho que lo hiciese con tanta naturalidad, sabía que lo que intentaba Emma en ese momento era cambiar de tema, que me intentaba ocultar algo, pero pensé que quizás era mejor no preguntar, así que asentí.

– ¿Tienes té?

– Sí, supongo que mi abuela tendrá algo de té por aquí, ahora vengo –la joven se puso de pie y se dirige a la sala de al lado, la cual imagino que sería la cocina.

Yo me quede sentada esperándola, no dejaba de dar vueltas a lo que Emma había dicho y cómo había cambiado de tema con tanta rapidez, preguntándome qué era lo que me escondía. Poco después entra de nuevo en la sala con una bandeja en las manos, sobre la que llevaba dos tazas, dos cucharillas y un azucarero.

– Has tenido suerte, sí que había té –dijo con una dulce sonrisa, a la vez que dejaba la bandeja sobre la mesita de salón que teníamos en frente.

– Muchas gracias, Emma –susurro mientras cogía el azucarero y echaba un par de cucharadas de azúcar en el té y comienzo a removerlo con lentitud.

– De nada. Bueno, continuemos con los relatos, también recuerdo que teníais una perra, era pequeña y blanca —continuó contándome cosas sobre mi infancia, cuando de repente volví a marearme, las imágenes volvieron a venir.

« Estaba sentada en el suelo, mirando mis pequeños pies descalzos. Me pongo de pie y una pequeña perrita blanca se acerca a mí, oliéndome con cautela la pierna, lamiéndome justo después.

La perrita sale corriendo y yo me caigo al suelo, comenzando a reír como una loca, al ver a mi hermano corriendo detrás de la perrita blanca.

– ¡Eris! ¡Eris, ven aquí! –gritaba el pequeño mientras corría.

– Eric tonto –digo riéndome de mi hermano por la forma en que perseguía a la perrita que mis padres acababan de traer a casa por mi cuarto cumpleaños.

Eric tropezó con mi pie y cayó sobre mí. Ambos empezamos a reír como locos y la perrita se acerca despacio, oliéndonos ahora a ambos, justo antes de lamernos la cara a ambos, lo que causa que aún riamos más».

– ¿Sarah? ¿Me estás escuchando? –Emma me miraba desconcertada.

– Lo siento, he recordado algo, creo que fue cuando trajeron a la perra a casa, Eric no dejaba de perseguirla y al final acabábamos los dos tirados por el suelo, ¿se llama Eris, no? –hablaba en susurros cerrando los ojos, pues estaba algo mareada todavía.

– Sí, se llamaba Eris. Y ya vale de recuerdos por hoy, creo que has tenido mucha información por hoy. Venga, vamos a tomarnos el té y a la cama –Emma intentaba ser rotunda y controladora, pero ese era un carácter que no le pegaba en absoluto, a pesar de que apenas la recordaba, sabía de sobras que era demasiado dulce y tranquila.

De todos modos, asiento y comienzo a remover de nuevo el té para que el azúcar termine de disolverse. Sople un par de veces aquel líquido humeante y le doy un par de sorbitos pequeños, comprobando que no quemara demasiado; probándolo, estaba bastante rico y no quemaba demasiado, así que cogí la taza con delicadeza y me lo bebí en dos tragos. Emma hizo lo mismo, al acabar se puso en pie y yo me levanté tras ella.

– Vamos, te enseñaré tú habitación –susurra cogiéndome la mano– ya recogeré yo las tazas después.

– No, venga que no nos cuesta nada –cojo la bandeja tras colocar las dos tazas sobre ella y la llevo a la cocina, dejándolo junto a la fregadera.

La cocina era también bastante grande, en el centro había una gran mesa rodeada de banquetas, dos de las paredes estaban ocupadas por la gran encimera, en la cual se encontraba el fregadero, el lavavajillas, los fogones, el horno y demás electrodomésticos, la nevera era de dos puertas y se encontraba contra otra de las paredes.

Salgo de la cocina, regresando con Emma. De nuevo en el salón, me indica que tenemos que subir las grandes escaleras que había al final del salón. Me dejo guiar por la contraria escaleras arriba hacia la planta de arriba. Al final de las escaleras había dos pasillos, uno a cada lado, me lleva por el pasillo de la izquierda y me indica que es la primera puerta, la cual abro.

Tras encender la luz, echo un rápido vistazo al interior de la habitación, la cual era bastante grande también, tenía una cama enorme en el centro y un armario de 4 puertas pegado a la pared. Había dos mesillas, una a cada lado de la cama y frente a esta un escritorio, sobre el cual había varias baldas llenas de libros. En la pared de en frente de la puerta se abría un gran ventanal, en el que había un hueco donde habían puesto un banco, cubierto por cojines.

– Muchas gracias por todo, Emma –digo mientras camino hacia la cama y me sentaba sobre esta.

– No es nada Sarah, cualquier cosa estoy en la habitación de aquí al lado –dice a la par que señala a su izquierda– tienes algún pijama y algo de ropa en el armario y de verdad, cualquier cosa estoy aquí al lado –dijo dulcemente, sin dejar de sonreír en ningún momento.

– Muchas gracias, lo tendré en cuenta –respondo devolviéndole la sonrisa, iba a desearle buenas noches cuando de pronto caí en la cuenta de algo– oye Emma, si esta casa es de tu abuela... ¿dónde está ella? ¿Le dará igual que me quede? –pregunto algo incomoda ante la idea de que a la mujer no le hiciese gracia tenerme ahí durmiendo.

– Ah, por eso no te preocupes, mi abuela está de viaje –dice encogiéndose de hombros– y ahora a dormir, buenas noches –mientras hablaba salía ya de la habitación y cerraba la puerta.

– Buenas noches –susurro a sabiendas de que ya no podría escucharme.

Me pongo de pie, acercándome al armario; al abrirlo busco algo que pueda servirme de pijama. Había una camiseta grande naranja que posiblemente me quedase larga, así que la cojo. Me lo puse con rapidez y una vez lo tenía puesto, me metí en la cama, quedándome completamente dormida poco después. Había sido un día demasiado largo.



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