ℝ𝕖𝕒𝕔𝕔𝕚𝕠́𝕟 𝕖𝕟 𝕔𝕒𝕕𝕖𝕟𝕒.

Capítulo 23.

Alexby se había marchado a casa, dando vía libre a la alianza oscura para discutir.

—Como hayáis sido vosotros, de verdad que os reviento las casas.—amenazó Vegetta.

—¿Para qué íbamos a secuestrar nosotros a Luzu?—gritó Rubius.

—El único buen alcalde que hay en este pueblo.—opinó Fargan.

—Ya, pues vosotros lleváis guantes negros.

—Cualquiera podría tener unos.—defendió el de verde.

—Vale—suspiró el primero—Lolito no llevaría guantes, Alexby no secuestraría a ninguno de nosotros, Mangel tampoco, y Auron iría a por seres queridos, más que a por nosotros.

—Subestimamos mucho a Mangel, eh. Que mató a Nieves.—dijo el oso.

—Sí bueno, pero no importa mucho si tú resucitas a todo el que se te muere.—rio Willy.

—¿Estás diciendo que fue Mangel? ¿El testigo?

—No, imbécil. Estoy diciendo que...—Doblas se quedó en blanco.

—¿Y Lobo Nocturno no es?—dijo Fargan.

—Eso, que Vegetta siempre se libra de todo.—metió baza el más alto de todos.

—Vamos a ver, Lobo Nocturno sólo roba materiales, y los guantes son blancos, cabezones.

—Fácil de confundir, diría yo.—dijo el albino.

—¡Que yo no secuestro a mis amigos! ¿Para qué quiero hacer yo eso?

—¿Para qué queremos hacer eso nosotros? ¡Pues lo mismo!—dijo el búho.

—Para vengaros de Auron, para divertiros... Sois unos liantes, no sé...

—¿Liantes? Eso ha dolido, Vegetta.—gruñó Rubius.

—Tío, que si no sois vosotros no es nadie.

—¿Y si Mangel lo ha visto mal? ¿eh? ¿Nadie lo ha pensado?

—Coincide con cosas que ya sabíamos, yo creo que pasó.—razonó el de los ojos morados, asintiendo.

Mónica se despertó al escuchar un sollozo hacer eco en la pequeña cueva donde dormían sus hijas, Adan y su recién incorporada amiga, Lana. Dormir allí, en el suelo, era tortura, pero sabía que Lanita prefería la compañía de una familia a dormir sola sin saber hasta cuándo. Adormilada todavía, la anfitriona se acercó a la chica que lloraba en sueños que sabía que no podía imaginarse. Se sentó a su lado y le acarició el pelo suavemente, como hacía con sus hijas cuando eran pequeñas y como había hecho con su hijo. Tras un rato, el llanto se fue apagando hasta ser una respiración más. Mónica no sabría nunca lo que Lana echaba de menos a Luzu.