Capítulo 34.

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La lluvia caía sobre los hombros de Auron mientras miraba sin pensar a los cuatro ataúdes que tenía delante. El alcalde había convocado asistencia obligatoria, y todos miraban con atención, a ver lo que pasaba. Hasta los encarcelados estaban allí presentes.

—Ayer mismo ocurrió una masacre en el sótano de mi casa. Una masacre que terminó con la vida de mis hijas—apoyó las manos en dos de los ataúdes—de mi mejor amigo y compañero de piso—movió la mano derecha hacia el ataúd contiguo—y de mi esposa—puso las dos manos en el ataúd que quedaba por tocar, con la mirada fija en el rostro de la última difunta.

Se giró a ver a todos los presentes, con la mirada tan fría que sentían que los congelaban en el sitio.

—El monstruo que haya hecho esto puede ir preparándose. Puede esconder a sus seres queridos y a sus mascotas, puede irse a vivir a tomar por culo, que no se va a salvar. La bestia que ha hecho esto no tuvo piedad, y yo no voy a ser menos. Prepárate, porque tu vida va a ser un infierno en cuanto descubra quién eres.

Willy comenzó a enterrar en silencio todos los ataúdes, uno por uno.

Nadie se atrevía a hablar. Nadie podía imaginarse estar en la piel del alcalde.

Una vez enterrados, Auron dejó que todos se marcharan.


—Lana.—llamó Amidala.

—¿Qué pasa?

—¿Qué pasó ayer en la casa del alcalde?—susurró la esposa del comisario.

—Yo... Vamos a un lugar más vacío.

Al llegar a la Iglesia, ambas se sentaron en un banco a hablar.

—No le digas a nadie esto, pero... cuando volví a su casa a pasar la noche, ya estaban... muertos... Mónica y Adan. Cuando llegó Auron, yo estaba llorando, y sus hijas. Se quedó mirando unos minutos. Entonces, me empujó y fue hacia sus hijas... espada en mano. Las... mató. Luego fue hacia mí, y levantó la espada, pero la bajó sin darme y se- se fue...—a Lana le falló la voz, y las lágrimas volvieron a brotar. Amidala la consoló dándole un abrazo.

—Lolito, espera.—pidió Vegetta, de la mano de Akira.

—Dime, ¿pasa algo?

—¿Cómo recuperaste la memoria?—Lolito se quedó pensativo.

—Tuve que ir a la ciudad a ver a un neurólogo. Aunque fui a pie; en chocobo, estarías de vuelta en una semana o dos. ¿Por?

—Para cuando encontremos a Luzu. Auron le borró la memoria.

—Algo había escuchado. ¿Lo confesó?—Vegetta asintió.

Alguien se acercó y tocó el hombro del pelinaranja.

—Lolito, quiero hablar contigo.—pidió Mangel.

ℝ𝕖𝕒𝕔𝕔𝕚𝕠́𝕟 𝕖𝕟 𝕔𝕒𝕕𝕖𝕟𝕒.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora