Capítulo 31.

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Al caer la noche, los dos chicos se encontraron en las escaleras de roca de su amigo desaparecido.

—Vamos un momento a la cárcel, si no te importa.—pidió Vegetta.

—Si es para sacarlos, yo no estoy trabajando.—sonrió Alex.

—Rubius. Doblas. ¡Rubén!—susurró el de los ojos morados a través de las barras. Rubén miró alrededor, confuso, hasta que Vegetta alzó los brazos.

—Veg, ¿qué haces aquí?—susurró como pudo el oso.

—Sacarte, cabezón.—dijo, pasándole unas cuantas perlas de ender entre las rejas.

—Oh... habría sido mejor con el traje de—

—No digas tonterías, ya no tengo el traje de moco.

—Ah... Ah, verdad.—se lo había olvidado por completo que Alex y Mangel no sabían nada de Lobo Nocturno; casi perdía todo por culpa del contrato.

—Bueno, nos vamos. Ya volveremos.

—Espera, voy con nosotros.—Rubius saltó por encima de Mangel, aún dormido, y lanzó la perla por un pequeño hueco bajo el váter y desapareció entre partículas.

Unos minutos después, apareció mojado de pies a cabeza y con una sonrisa.

—Deberías ir a cambiarte de ro—el oso empezó a sacudirse casi como un perro, salpicando a todos y todo—pa... vamos, anda.—suspiró Vegetta.

—¿A dónde vamos?

—A las minas de Auron.—susurró Alexby, frotándose las manos.

—Pero Mangel dijo que Auron ya no sabe dónde está Luzu.

—Pues a la de Lolito.

—Creo que no tiene una, pero podemos mirar en su casa.—todos asintieron.

...


Para resumir, no encontraron nada interesante o sospechoso.

—Yo iría a la de Fargan. Me huele mal ese hombre.—dijo el comisario.

Fargan no había dudado en arrestar a su hermano oscuro, y no se creía que se hubiera quedado al margen después de que secuestraran a Dulce.

—Cierto. Ha hecho mucho en poco tiempo.—dijo Vegetta.


—¡Estoy en casa!—dijo Auron al entrar por la puerta de su casa. Nadie contestó.

Con un mal presentimiento, bajó a ver a su familia. Al bajar las escaleras, empezó a escuchar sollozos apagados, que venían de aqueja cueva donde les tenía. Se encontró a sus hijas en una esquina abrazadas; en la esquina contraria, a su compañero Adan tirado en un charco de sangre que ya no crecía; y en medio de la habitación, a la esposa de Luzu llorando sobre Mónica, también empapada en un charco similar.

ℝ𝕖𝕒𝕔𝕔𝕚𝕠́𝕟 𝕖𝕟 𝕔𝕒𝕕𝕖𝕟𝕒.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora