Capítulo 14 - Mujeres

16 2 0
                                    

Esperé que Esme terminara de hablar con Edward y fuera a su habitación. Prefería irme cuando ya estuviera descansando, aunque por lo que oía, ella se estaba resistiendo. No quería ayuda para subir las escaleras pero Edward "insistió"; Esme no tuvo opción y se dejó llevar. Su siguiente conversación me preocupó un poco cuando Esme comentó sobre la velocidad de él, al parecer, Edward había tenido un ligero descuido y se las arregló diciendo que hacía ejercicio. Esme hizo varias preguntas sobre cómo, cuándo, dónde y con quién practicaba deporte. Edward era muy astuto y esperaba que se las ingeniara para salir del pequeño aprieto que tenía. Después de unos segundos... lo logró. No sé si Esme quedó convencida, pero por el momento, lo había dejado ir.

-¿Puedo pasar? –Edward habló por lo bajo del otro lado de la puerta.

-Adelante.

-La verdad es que duda de ciertas cosas que le dije –respondió a mi duda mental-. Espero que no vuelva a insistir sobre los amigos y demás. Si pretende hacerlo, tendré que inventar algo más –me miró de arriba a abajo disimuladamente-. Al parecer te irás pronto al hospital. Quisiera aprovechar para que me lleves, si no te molesta.

-Por supuesto que no. Sabes muy bien que no eres una molestia –tomé mi saco y salimos.

En un instante ya estábamos junto al coche. Escuchamos ruido al otro lado de la calle, no le tomé importancia hasta que oí la voz de Margaret que se quejaba.

-Idiota, ¡mira lo que has hecho! Estoy sangrando, necesito a un doctor. Llama uno, ¡AHORA!

Miré a Edward y puso los ojos en blanco.

-Y ¿tienes que atenderla tú precisamente?

-No puedo ignorarlo, sabes que no importa quién tenga un problema, si me necesita, debo acudir. Sobre la herida de ella... ¿qué tan grave es?

A pesar de lo que había hecho, sentía pena por Margaret.

-Se ha cortado con cristales y está sangrando –lo dijo sin ninguna expresión, probablemente porque no le interesaba. -Tienes razón... Realmente no me interesa lo que pueda sucederle –me confirmó y evitó verme.

-Llévate el coche, pasa por mí temprano al hospital. Te veré hasta entonces. Lamento que no compartas mi misma ideología.

Yo no estaba enojado, respeté su opinión pero no estaba de acuerdo en su manera de pensar.

Encendió el coche y se marchó. Salí y caminé por la calle despreocupadamente, debía llegar hasta Margaret como si nada.

-¡Carlisle! ¡Carlisle, ayúdame!

Tenía buena vista, me había visto desde el jardín de su casa. Troté hasta llegar a ella, su casa tenía libre acceso, no había cercas ni rejas para impedir el paso.

Al llegar, la vi en el césped, tenía vidrios en la pierna derecha con muchas cortadas que iban desde el muslo hasta su pie y del otro lado, tenía vidrios incrustados en la pantorrilla, ahí tenía una herida muy grande, el resto de lo que parecía un juego de cristalería fina estaba alrededor de ella. La cargué del lado donde no tenía tantas heridas.

-¿Dónde se encuentra tu cuarto? –Le pregunté.

-Subiendo las escaleras a mano izquierda –contestó la sirvienta; ambos la miramos.

-¡Cállate estúpida! ¡Estás despedida, no te quiero volver a ver en mi vida! ¡Ahhh! Me duele –se retorció un poco de dolor.

-Creo que no es momento para eso Margaret, debemos curarte antes de que se infecte.

Entré a la casa y subí las escaleras para llegar a la habitación. Dos sirvientas iban tras de mí por si necesitaba algo. Dejé a Margaret en la cama.

El día que cambiaste mi eternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora