Capítulo 30 - Alegría y dolor

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Unos minutos después, ya me encontraba con Richard. Estaba despierto y la enfermera al momento de verme, me cedió su lugar para darle de comer. Ella continuó con los otros bebés así que no pude platicar mucho con él.

Bebió menos que el día anterior, no lo presioné y lo dejé descansar. Iría a ver a Esme inmediatamente.

-¡Richard! ¡Nooooo! ¡Nooooo!

Escuché gritar a Esme al momento de salir del elevador. Salí corriendo hasta su habitación. Se retorcía en la cama cuando entré. Me apresuré a acercarme, si no la detenía, se arrancaría el catéter y se lastimaría.

-Richard, Richard no me dejes –las lágrimas salieron en grandes cantidades-. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste Richard? ¡Richard! –Gritó más fuerte y desgarradoramente.

Le tomé las manos, la tomé con delicadeza para no lastimarla y quebrarle los brazos. Abrió los ojos cuando la sacudí y me miró por un segundo.

-¡Carlisle! –Gimió y brotaron más lágrimas.

Igual que la vez pasada, la acurruqué en mi pecho para tranquilizarla.

-Fue horrible... Richard...

La abracé para que no continuara, ya imaginaba lo que había soñado.

-Todo ha sido un mal sueño, ya pasó. Ahora estás conmigo, no te preocupes por nada.

-Quiero ver a Richard -me suplicó con la mirada-. Por favor Carlisle, necesito verlo -insistió mientras me sujetaba la bata, realmente estaba desesperada-. Sólo viendo a Richard estaré tranquila, por favor –bajó la mirada y volvió a acomodarse en mi pecho.

Estaba muy alterada, no era conveniente que viera a su hijo de esa manera.

-Te llevaré, pero debes tranquilizarte –le advertí.

Tomó la sábana para limpiar su rostro y respiró varias ocasiones para tranquilizarse. Así estuvo durante unos minutos hasta que por fin consiguió serenarse.

-Creo que ya podemos ir a verlo.

-Es verdad, ya estás en condiciones –acerqué la silla de ruedas, la cargué y la senté.

Todavía estaba un poco nerviosa para ver a Richard, en ese estado podría sentirlo y alterarse. Quizás la llamada hubiera servido para animarla, pero ni siquiera estaba todo listo y Edward aún no llegaba. Llegamos a los cuneros y me detuve en la puerta para animarla, se veía preocupada.

-Sonríe Esme, no es correcto que veas a Richard con esa cara larga –le toqué el mentón.

Ella trató de sonreír alzando ligeramente las comisuras de sus labios.

-Creo que eso no es suficiente.

Me miró pensativa, después suspiró y cerró los ojos. Frunció el ceño y después se relajó. A los pocos segundos, una mágica sonrisa apareció en su rostro y abrió los ojos. Bendito sea lo que la había hecho reír.

-Así está mejor -también le sonreí.

-Gracias.

Abrí la puerta y volví a mi lugar para empujar la silla. Entramos haciendo silencio lo mejor posible. Nos apresuramos hasta Richard y sorprendentemente, ella se levantó y se apoyó sobre el cristal. ¿Cómo era posible que se hubiera levantado de esa manera? Sólo habían pasado dos días desde la operación.

-¿Verdad que es hermoso? –Giró hacía mí para verme- ¿Qué ocurre?

-Es que... estás de... pie -dije titubeando.

El día que cambiaste mi eternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora