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-¡Hipo! -gritó Elsa, entre cansada y molesta

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-¡Hipo! -gritó Elsa, entre cansada y molesta.

Hace unos días notó que el joven tenía piojos, no sabía de dónde, no sabía desde cuando. Y lo supo descubriéndolo en su propia melena, porque se notaban muchísimo con lo rubio de su pelo. Entró en total pánico. Era una clase de fobia mortal para ella, sentía que le caminaban por todo el cuerpo y la sensación no se iba. Tuvo que cortarse ella sola el cabello, y no fue algo que le agradara mucho, con lo que amaba su cabello largo le fue muy difícil hacerlo.

Bah, sacrificios.

Con mucha suerte encontró vinagre por los cajones, ella mojó su cabello con eso y empezó a pasarse un cepillo con cerdas muy pequeñas por sus hebras, teniendo la esperanza de que no fueran tantas las que se sacara.

Pero eso no bastaba, tenía que eliminar el foco de infección. Y ese foco llamado Hiccup estaba complicando algo tan sencillo como quedarse quieto en su lugar y dejarse cortar el cabello.

-¡Por favor! -gimoteó la joven, extendiendo sus manos a los costados.

El castaño, parado al final de las escaleras, negó con la cabeza, cruzado de brazos y con su máscara puesta.

-Tengo que hacerlo, Hipo. Esto podría empeorar e ir a lugares que en serio no soportarás y que no voy a poder espulgar -la niñera tomó asiento en la silla que había puesto cerca de las ventanas, para que la luz natural pudiera ayudarla.

Volvió a negarse.

-¡Bien! -exclamó, y se levantó de la silla tan repentinamente que se fue hacia atrás, haciendo un estrepitoso sonido.

Caminó a la puerta trasera de la mansión y salió de ahí, azotando la puerta.

Todo ese día había estado batallando con él, no quiso bañarse, no quiso sacarse el abrigo, ni siquiera quiso quitarse la máscara. ¡Nada!

Y todavía quería abrazarla y que durmiera con él.

Se sentó en la tierra, aguantándose las ganas de llorar. Y no porque estuviera triste, si no por la rabia.

¿Cómo un hombre de casi treinta años no puede cuidar su higiene personal? No podía entenderlo.

El aire estaba fresco, el sol no la molestaba en lo absoluto y la vida silvestre la tranquilizaba mucho.

-¿Elsa? -un niño habló detrás de ella.

-¿Qué necesitas, Hipo? -preguntó, y con el dorso de su mano se talló los ojos.

-¿Estás enojada? -susurró.

-Sí, por favor aléjate -resopló. Quería tiempo a solas, aunque sea unos minutos.

Hipo miró a sus pies. Estaba triste porque ella le había gritado.

Aunque de haberle hecho caso, probablemente todo esto no hubiera pasado. Qué genio, ¿no?

Entró a la casa. Y regresó al patio trasero con la silla sobre su hombro, las tijeras, la botella de vinagre y el cepillo.

-Elsa...

-¿Sí? -y volteó a verlo.

Se sorprendió que estuviera sentado, esperando pacientemente a que ella reaccionara.

La rubia sonrió de lado.

Se levantó, se sacudió el trasero y se acercó para empezar con la difícil tarea.

Sólo son piojos. Le dijo la vocecita de la razón.

Hipo sólo podía escuchar el sonido que hacían las tijeras, y la canción que Elsa tarareaba a propósito, para relajarlo.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora