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—Nunca voy a dejarte en paz, Hipo

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—Nunca voy a dejarte en paz, Hipo.

Cambió de posición, acostándose boca abajo.

—Voy a perseguirte hasta el final.

Gruñó desesperado, colocándose la almohada en la cabeza, viendo si así podía dejar de oír esos horribles pensamientos.

Me uniré a tus demonios. Seré la peor. Haré que te hundas, te hundas tan profundo que no podrás salir, que no podrás respirar. ¡Voy a arrebatarte todo! ¡VOY A QUITARTE TODO LO QUE TIENES Y VOY A DESTRUIRLO! ¡ASÍ COMO LO HICISTE CONMIGO!

—¡Basta! —gritó. Lanzó la almohada a Dios sabrá dónde.

Lo único de lo que tiene certeza, es que empujó algo de cerámica, porque le siguió un estruendoso sonido.

Pero no tanto como sus gritos y los golpes que se daba contra la cabeza.

—¡Déjame en paz! ¡Cállate! ¡Cállate! —exclamaba, con sus manos hechas puño impactándose en los costados de su cabeza.

—¿Quieres llorar, marica insufrible?

—¡No! ¡No estoy llorando!

—Tan patético como tu madre

Elsa se despertó con el Jesús en la boca, la respiración agitada y sudando frío. Había tenido una fea pesadilla, una que parecía ser tan real.

Ella siendo arrastrada al infierno por Hans. Ni en sus sueños el maldito la dejaba en paz.

—Ya pasó –se dijo a sí misma–. Nada de esto es real, descuida  —intentó convencerse, acariciándose las sienes.

—¡Basta Astrid, basta! —escuchó que gritaron.

—¿Hipo? —susurró a la nada.

Se quitó la cobija que la cubría. Se sentó a la orilla de la cama, y pensó si sería buena idea ir a revisar a la habitación del sujeto, que al parecer también estaba sufriendo de una pesadilla.

No seas cruel, ve a ver. Le regañó su subconsciencia.

Exhaló con determinación, puso los pies sobre la madera, y salió de su habitación, dirigiéndose al principio del pasillo, donde se encontraba el joven castaño durmiendo.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora