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Los dos se encontraban sentados, comiendo en silencio de su sopa caliente, bueno, al menos ella

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Los dos se encontraban sentados, comiendo en silencio de su sopa caliente, bueno, al menos ella. Hipo sólo le hacía compañía.

—Si quieres te guardo la comida para al rato —sugirió Elsa, viendo que no estaba dispuesto a quitarse la máscara frente a ella.

—No, no. Sólo quiero hacerte compañía —respondió el otro, dándole vueltas al caldo con su cuchara.

—Qué considerado, gracias —susurró la otra con sarcasmo, antes de sorber.

El ojiverde no podía despegar la vista de las manos moretoneadas y rasguñadas de la rubia. Y se preguntaba si había sentido dolor cuando golpeaba la puerta o la adrenalina había hecho de las suyas.

Después de que abandonó la habitación de la joven, dio todo de si para no entrar con ella y dormir acurrucado a su lado. No podía tomarse esos lujos, menos con ella, su estabilidad emocional era algo frágil, y con estos repentinos cambios de vida, terminaría en tragedia, como la primera vez que intentó acercársele. O cuando le dio un beso. Pegó oído a la madera y la escuchó llorar.

Totalmente estúpido.

—¿Quieres que me gire? —preguntó Elsa, observando con detenimiento a su plato.

—¿Ah? —gimió él, desconcertado. Se había perdido entre sus pensamientos que no había escuchado bien lo que le había dicho.

—Me puedo girar, para que comas a gusto.

—No es necesario, gracias por el gesto.

La niñera puro percibir, que aunque haya matado a su ex novio y estuvo a nada de asesinar a Tadashi, refiriéndose a ella la trataba muy bien, con cordialidad y respeto. Detalles que no pudo pasar desapercibido y que la confundían al punto de no saber si considerarlo amigo o enemigo.

—Está bien —se encogió de hombros, y siguió comiendo.

El muchacho, en silencio, trataba de buscar un tema para conversar, se había acostumbrado a vivir sin que nadie le hablara directamente. Pero temía que hubiera alguna repercusión mala en la mente de la chica el no tener contacto con los demás. Así que preguntó: —¿Aún te duele?

—¿Qué cosa? —no tardó mucho en responderle.

—Tus... Manos —y con las cejas, señaló a lo que se refería.

—No tanto, descuida. Que esto se va en unas semanas, estoy acostumbrada a eso —dijo, restándole importancia a sus heridas.

—¿Segura? Puedo buscar una pomada para ponerte y que te alivie el dolor.

—No, gracias —ésta vez, contestó autoritaria, indispuesta a seguir hablando de ello.

Hipo frunció el ceño.

Las mujeres son más difíciles de comprender, mamá nunca mencionó esto. Pensó.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora