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La ojiazul cayó al suelo, metiendo las manos para evitar romperse la nariz por el impacto

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La ojiazul cayó al suelo, metiendo las manos para evitar romperse la nariz por el impacto.

Sentía que su garganta estaba en llamas, los ojos le lagrimeaban y sus pulmones agarraban todo el aire que le era posible, agitándola en exceso.

—¡Dios mío, Elsa! —gritó Hiccup, y se levantó a socorrerla.

Pero ésta no se lo permitió.

—Dé...jame sola —gruñó, con su voz muy ronca y rasposa. Era un martirio hablar con esa sensación.

—¡L-lo siento mucho! ¡No sabía lo que h-hacía! —se disculpó casi tartamudeando.

¿Y cómo no? Estaba por matar a la única persona que lo cuidaba y lo quería.

—¿En qué rayos pensabas? —se quejó ella, viéndolo a los ojos.

Una silueta femenina con cabellera rubia y ojos maléficos se le vino a la mente, pero no pudo pronunciar palabra alguna sobre ella.

—No lo sé —mintió, bajando la mirada.

Se puso de pie como pudo, y con ayuda de las paredes fue avanzando hasta la salida de la habitación, no tenía las suficientes fuerzas para seguir charlando, ni siquiera para verlo. Necesitaba descansar, lejos de él.

El castaño resopló con molestia, su maldito pasado estaba atormentándolo de nuevo. Cuando creyó que al fin se había librado de sus pesadillas, éstas volvieron con más violencia, y una prueba de ello era lo que ocurrió con Elsa, estaba a nada de matarla. ¿Qué hubiera sido de él sin su amada niñera? No podría lidiar con su muerte. Astrid se lo merecía, pero ella no. 

Debes contarle la verdad, tal vez así sepa la razón por la cual estás así. Dijo el pequeño niño en su cabeza.

¿Qué tal si la asustas con tu secretito? Seguramente nos abandonará cuando se entere de lo monstruo que eres. Se metió a la conversación el adolescente, transmitiéndole miedo y desconfianza.

Mataste a su ex novio abusivo y le valió un comino, esto no va a ahuyentarla, tienes que ser valiente. Si no, podrías ahogarla de entre tantos secretos que esconde nuestra familia en esta enorme mansión. Razonó el menor.

—Necesito decírselo —susurró Hipo, titubeando un poco si salir por la puerta o adentrarse a las paredes.

No seas un patán, ve con ella como personas civilizadas.

Elsa se miraba por un pequeño espejo de bolsillo, su cuello estaba rojo y tenía la seguridad de que se le quedarían las marcas por un largo rato, así ya no podría salir a comprar cuando necesitaran alimentos. En lo único que podía imaginarse sería la total atención de los pueblerinos, una marca así la llevaría a un encuentro con los policías, algo que claramente no deseaba.

Iban tan bien, sin peleas, sin gritos y sin incidentes. ¿Por qué tenía que sucederle cosas malas? ¿No tenía el derecho de aspirar a una vida tranquila y sencilla sin tener que estar involucrada con la violencia? ¿Era un castigo por algo que hizo en su vida pasada?

Puso el espejito en un buró, y se dejó caer a su cama, suspirando con cansancio. 

La puerta de su habitación fue lentamente abierta, revelando a quien ya sabía quién era y del cual no tenía ganas de saber siquiera de su existencia, no por ahora.

—¿Puedo pasar? —preguntó el castaño, asomando su cabeza.

—No lo sé, no estoy de humor ¿sabes? —y agarró una almohada para cubrirse el rostro.

—Sólo... —la rubia lo interrumpió.

—¿No vas a irte si no te doy una respuesta positiva, verdad? —y se descubrió la cara para ver su respuesta, ya que el hombre no era de muchas palabras.

Éste negó con su cabeza.

—Me lo imaginaba, entra y di rápido lo que tengas que decir antes de que cambie de opinión —le dijo en un gruñido.

Hiccup avanzó, un poco dudoso sobre lo que quería hacer. Pero ya estaba ahí, echarse hacia atrás no era una opción.

—Yo... —la joven le interrumpió, de nuevo.

—Mira, ¿sabes qué? Cambié de parecer, no es necesario que te disculpes, estabas dormido. No tenías control sobre tu cuerpo, no importa. Por favor, déjame sola —se incorporó en la orilla de la cama, pues no se podía estar quieta cuando estaba acostada. Evitando verlo a los ojos.

—No, quiero explicarte... —siguió sin darle oportunidad de hablar.

—¡Basta! —gritó, poniéndose de pie, enfrentándose a él—. No quiero saber nada. ¡Ni de tu familia, tus padres, tu cicatriz, el incendio o el asesinato de Hans! ¡No  quiero saber nada que tenga que ver contigo! El conocimiento me hace daño. La ignorancia es cien veces mejor que la verdad —lo esquivó, lista para salir de ahí y encerrarse en el baño.

—No, el conocimiento te da el derecho de la decisión —esta frase la detuvo, haciéndola reflexionar—. Yo sé que estás enojada y tienes toda la razón para estarlo. Lo que te hice hoy estuvo muy mal, pero quiero decirte lo que pasaba en mis sueños, de hecho... —se rascó la parte trasera de su cuello, nervioso—. Quiero decirte todos los secretos que mi padre escondió, que mi madre no pudo superar y que tú debiste saberlo antes de aceptar este trabajo. Pero,  si deseas no saber nada por miedo a sufrir, está bien. Lo único malo es que, no saber duele más de lo que imaginas... —sin darse cuenta, una lágrima resbalaba por su mejilla, muy silenciosa—. Y si yo hubiera sabido, si yo hubiera decidido, quizás no estaría así, quizás no sería el monstruo que soy.

Elsa se giró, viéndole con pena y los ojos cristalizados.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora