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—Henos aquí, viejo amigo –dijo Elsa, con una amarga sonrisa–. Sólo que ésta vez sí estoy segura, así que... —cuando terminó de preparar el tinte, se puso los guantes y se colocó una toalla alrededor de su cuello, para evitar desastres.

Hipo miraba a través de la madera, resopló un poco cansado. Realmente se miraba linda con su cabello plateado, pero de por sí toda ella llamaba la atención, con un color así todavía más.

Se despegó de ahí, y sacudió su cabeza. Hacía mucho que no espiaba por entre las paredes, ya no había razón para hacerlo. Pero no podía evitarlo, la costumbre seguía en él.

Un vistazo más y ya. Exigía su vocecita.

Últimamente se encontraba más ruidoso de lo normal, no hallaba forma de controlarlo.

la había, pero no accedía a hacerlo. Básicamente se trataba de ver a su niñera. Y aunque le daba vergüenza admitirlo, no de una forma inocente.

Para cuando volvió a la realidad, Elsa ya estaba fuera del baño caminando escaleras, con una bolsa de plástico envuelta en su cabeza y esperando a que pasara el tiempo requerido.

—Es un tono castaño, como el tuyo. Ojalá luzca bien —murmuró entre dientes aquello último. El muchacho iba detrás de ella.

—Todo te queda bien, no te preocupes —Hiccup le sonrió.

—¿Y qué hacías afuera del baño? ¿Estabas esperándome? —preguntó, poniéndose cómoda en uno de los sillones de la sala.

—Eh, no, no... Yo me desorienté, es todo —inventó.

—¿Seguro? —le miró dudosa.

—Absolutamente —y para afirmarlo, asintió con la cabeza.

—Está bien... –palmeó a los costados del sillón–. ¿Has visto el control de la televisión? No falta mucho para que empiece Almas Perdidas —se levantó y buscó en los demás sofás.

—Nop —dijo él. Pero cuando se movió, sintió algo bajo su pierna. Se movió de lugar y sacó el extraño objeto.

Tienes el poder del control, pónle en Fox.

¡No! Disney Junior.

¿Qué les pasa? Mejor veamos documentales de paisajes.

—¡Qué bien! Lo encontraste –celebró ella, y se acercó a él con intenciones de tomarlo, éste de inmediato se puso de pie y alzó alto el control–. ¡Oye! Yo lo estaba buscando primero —se cruzó de brazos indignada.

—Pero también quiero ver la tele —susurró él.

—Pues yo fui primis, así que dámelo —hizo ademán de querer quitárselo, por lo que él extendió su brazo arriba aún más.

—Estás en clara desventaja, deja de intentarlo y ríndete —alzó las cejas graciosamente.

Gruñó la futura castaña, se sentó en el sillón alado de él y con la cara enfurruñada decidió ver el canal que Hipo quería.

Bueno, el mayor de todos ganó. Y estaban viendo África Salvaje.

—¡Aburrido! Cámbiale —canturreó ella.

—Nop –contestó, oyó que la otra gimió enojada–. Es muy interesante esto, me gustaría verlo todo, ¿podrías? —suplicó, pestañeando varias veces para convencerla.

Elsa rodó los ojos, pero al final aceptó.

—Está bien, veamos África.

El ojiverde se sintió más tranquilo, y buscó dónde acomodarse.

—Ya sé lo que quieres, ven —no le necesitó decir dos veces para que fuera y se recostara encima del delgado cuerpo de la ojiazul.

Pasaron unos minutos buscando una posición agradable: ella medio sentada (no quería manchar la tapicería de los muebles con el tinte) y él acostado de lado, con su cabeza a la altura del cuello de la joven. Para cuando terminaron, el documental se había acabado.

—¡Genial! Justo a tiempo para mi serie —le quitó el control y pronto digitó tres números en la televisión.

El castaño se aburrió de ver misterios y fantasmas.

—¿Por qué te gusta eso? Los fantasmas ni siquiera existen —comentó, aún buscándole lo divertido al programa.

—Es suspenso, intrigante, a mí me atrapa lo desconocido —le contestó, más atenta a la TV que a la reacción del joven.

Rió sarcástico. Era irónico que ella algo así respondiera, ya que, bueno, todos estos meses había sido así. Y no le había atraído para nada, es más, por poco se volvía loca.

—Ya, que me distraes —reprendió ella, e hizo que recostara la cabeza en su hombro.

Hipo frunció el ceño. Ahora que no podía charlar con ella se estaba aburriendo todavía más de lo que ya lo estaba.

Contemos cuántos lunares tenemos en el brazo, sugirió el niño.

Ya sabemos cuántos lunares tenemos, reprochó el mayor.

Cuéntaselos a ella, ronroneó el adolescente.

Observó por un rato el cuello de la muchacha, dándose cuenta que más bien lo que tenía ella eran pecas, un poquito despintadas y muy pequeñas, pero igualmente bonitas.

Bésale uno.

No lo hagas, incomodarás a Elsa y se enojará con nosotros, la voz de la razón intentaba persuadirlos de no cometer estupideces.

Pero las hormonas ganaron ante el buen juicio.

Besó una, dos, tres veces con total delicadeza y los labios mojados.

—¿Q-qué estás haciendo? —preguntó ella en un susurro.

—Te doy besitos, ¿no te gustan? —levantó la cabeza y la vio a los ojos. Ésta se ruborizó, desviando la mirada.

—No t-tanto —admitió.

Las únicas caricias que lograban darle en el cuello eran enormes y dolorosos chupetones. Cosas que para nada le agradaban, eran tan difíciles de esconder y muy dañinos.

—¿Por qué no? —se atrevió a preguntar, después de dejar un camino de besos desde sus clavículas hasta la oreja.

—Me dolían cuando me los hacían —susurró.

—Tranquila, seré cuidadoso.

Algo dentro de la cabeza de Elsa le decía que decía detenerlo, que aquello no podría llegar a más, pero su cuerpo se sentía extraño, deseoso.

Hipo bajó sus manos hasta la cintura de la joven, tocando su piel por debajo de la blusa.

Esto no debe pasar.

—¡Mi tinte está listo! —gritó de repente, y lo lanzó lejos de ella.

—¿Eh? —apenas pudo pronunciar el castaño, cuando vio que la ojiazul corría escaleras arriba.

Se encerró en el baño con pestillo, se llevó una mano al pecho y pronto se vio respirando con exageración.

—Mierda. Q-qué cerca estuvo —tartamudeó.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora