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Era tan incómodo convivir con Hipo después de esa noche, sin embargo no lo evitaba, no era forma de solucionar ese enorme problema.

Pero tampoco lo era el no hablar de ese tema.

Y es que, no había forma de explicarle que lo que hizo estaba mal. Porque en sí, no era malo besar. Pero también no era correcto besar en el cuello a alguien que no quería o que no se lo esperaba.

Tan confuso todo, y no tenía ni idea si sabía sobre su cuerpo y el sexo. Si no lo sabía, el bochorno al explicarlo sería todavía peor. Pero si sí lo sabía, entonces estaría lidiando con un hombre que tenía problemas para entender y respetar el consentimiento. Y siendo francos, ya no quería tener contacto con sujetos potencialmente agresores.

Pensar en eso le calentaba la cabeza de manera sobrenatural.

—Necesito café —susurró, y se levantó de la cama.

Sintiéndose perezosa, arrastró los pies hasta llegar a los escalones, que bajó desanimadamente. Este asunto la desgastaba por completo.

Llegó a la cocina, y se vio con la escena de Hipo cocinando. Rápidamente evitó hacer ruido, quería examinar sus movimiento a fondo.

Les dije que se iba a incomodar, nunca me escuchan —escuchó que balbuceaba, voz gruesa y preocupada.

—Pero no hicimos nada malo —dijo, con su voz aniñada, puramente inocencia.

—Tú y tus hormonas, contrólate —esa frase le fue graciosa.

Estaba hablando consigo mismo, o eso fue lo primero que pensó.

—Buenas tardes, Hiccup —terminó por revelar su presencia.

El castaño se giró con rapidez. Y pronto se vio con las mejillas rojas por la vergüenza, ¡seguro escuchó la conversación con sus vocecitas!

—¿Estás cocinando? —preguntó, asomándose alado del gran cuerpo del joven.

En la estufa habían varios sartenes. Uno con huevos estilo estrellado fritándose, el otro media docena de salchichas y el último tenía agua a punto de hervir.

—Sí... Ya tenía mucha hambre —respondió apenado.

—¿Y te lo comerás todo tú solo? —alzó una ceja, incrédula.

Le creía capaz, él era tan grande que requería mucha proteína, pero lo que estaba cocinando le haría mucho daño. Sobre todo con el colesterol.

—Te iba a compartir un poco, ¿no quieres? —agarró dos platos de la alacena y los puso en la barra, listo para servir.

—Si tú quieres darme, sí —se acercó a la estufa y con cuidado agarró la pequeña olla con el agua.

Pronto se hallaron en el comedor, comiendo su ¿almuerzo? No lo sabía, pero igual no importaba.

Mientras tragaba su bocado, la castaña notó lo distante que el joven estaba de ella, ni siquiera levantaba la mirada para verla, ni tampoco le había preguntado si le podía regalar una salchicha. Lo que era muy raro y preocupante, después de todo Hipo no era una persona común a las demás, él necesitaba tratos especiales como la atención. Y que él no la buscara le extrañaba de sobremanera.

—¿Pasa algo? —le preguntó, luego de tomar agua.

—Nada... —contestó en un susurro.

Elsa suspiró en bajito, ya se imaginaba la razón.

—¿Estás seguro? Ni siquiera haz volteado a verme –intentó acercar su mano a la del muchacho (que se encontraba posado sobre la mesa), pero rápidamente la retiró. Le invadió un agudo dolor en el pecho a la ojiazul–. ¿Qué te sucede? —insistió.

—No quiero que me toques —dijo entre dientes.

—¿Por qué no? —puso su silla más cerca de la de Hipo.

—No lo sé... Me siento raro... —se hizo más pequeño, encorvando su espalda.

—Dime, tal vez pueda ayudarte.

—No creo... –le dio un vistazo al rostro de la niñera, le sonrió dándole un poco de confianza, por lo que se animó a contarle su extraño sentimiento–. Es que... Es que cuando me acaricias, yo también quiero acariciarte, pero hay algo en mí que me dice que siga tocándote y luego no quiero detenerme. Y tengo miedo de que no logre controlarme y te lastime... —acostó su cabeza en la mesa y se tapó con sus brazos. Estaba muy avergonzado por su confesión.

Ignorando el hecho de que estaba ruborizada, se sentía rara. No hallaba las palabras adecuadas para explicar lo que le sucedía, y siendo sinceros, también tenía ese sentimiento. Pero el miedo lograba retenerla.

—No vas a lastimarme, no te preocupes —le dio suaves palmadas en la espalda.

—¿Cómo estás tan segura? —se descubrió un ojo y la miró.

—Confío en ti.

Pronto Hipo compuso su postura y se vio más tranquilo.

En el problemón que te metiste, sabes a qué se refiere con eso. Y cuando quieras detenerlo no habrá vuelta atrás, aléjate ahoraGritaban en su cabeza. Ella decidió ignorarlo.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora